Jorge Enrique Pava


Tanta expectativa, tanto escándalo y tanta alharaca que rodearon la finalización de la segunda ronda de negociaciones en La Habana no podían desembocar en algo peor de lo que obtuvimos. Como se podía prever no hubo ninguna definición, ni se concluye nada distinto de unas supuestas intenciones que dependen, como siempre, de que se les apruebe a los criminales de las Farc un paquete completo de exigencias absurdas y de prebendas desbordadas.
Porque con aquella frase que ya resulta insultante, que "nada está acordado hasta que todo esté acordado", nos van a seguir faltando al respeto hasta el final de esta farsa, y se van a seguir amparando en ella como elemento dilatorio para ganar tiempo, terreno y poder.
¿Qué podemos concluir de los discursos finales de esta segunda etapa de la farsa? Que los terroristas de las Farc van a terminar ganando estatus político, curules en el Congreso de la República, impunidad total, libertad para sus más sanguinarios miembros y acceso ilimitado a los medios de comunicación; que van a ganar un espacio no solo político, sino territorial dentro de nuestro país y que van a terminar pisoteando nuestra dignidad amparados en el reconocimiento dado por un gobierno débil, pusilánime y estruendosamente absurdo.
Y no es que seamos enemigos de la paz. Sería un despropósito pensar que haya algún colombiano (diferente de los terroristas de las Farc que se lucran de la guerra) que no quiera vivir en paz. Lo que pasa es que es imposible creer en las palabras de estos seres despiadados, máxime cuando se les pide que cesen los actos criminales y responden con masacres colectivas; o se les pide que respeten el DIH y responden con el reclutamiento de niños y la mutilación o asesinato de seres inocentes.
No es justo tampoco que mientras en Colombia existen unos grupos políticos como el Mira, Cambio Radical, Polo y otros tantos de menor envergadura, tratando por todos los medios de alcanzar el umbral que la ley les exige para sobrevivir legalmente, en La Habana se les esté concediendo una representación política en los cuerpos legislativos a las Farc, (cuando llevan décadas atentando contra la democracia y desconociendo las leyes emanadas de esos mismos cuerpos a los que aspiran a pertenecer) sin esfuerzo alguno y como premio por habernos tenido sometidos al terror y al crimen durante tanto tiempo.
Por otro lado, oír como parte de las conclusiones que la aplicación de la justicia transicional será por parejo para los criminales de las Farc y nuestros héroes de la patria, antes que causar alivio genera indignación y rabia. Porque el vía crucis por el que atraviesan los miles de soldados y policías que hoy tienen que entregar sus escasos ahorros en defensas judiciales, no puede ser peor; y porque el hecho de que la justicia presumiblemente se haya amangualado con las Farc para procesar y condenar a estos héroes, empieza a tener justificación pública cuando se ofrecen como trofeo o se involucran como elementos disuasorios que lleven a que la sociedad conceda la impunidad a los criminales, con tal de ver por fin hecha justicia en quienes han arriesgado sus vidas en nuestra defensa, y hoy pagan años de cárcel y se empobrecen tratándose de defender de actos que ni ellos mismos conocen.
De manera pues que lo que el presidente Santos pregona como un "significativo avance" en la farsa de La Habana, no es más que otro de los elementos dilatorios para mantener a un país embobado y a unos grupos criminales ganando terreno y consiguiendo dádivas que atentan contra nuestra dignidad. Porque las Farc han puesto unos inamovibles desde el principio que consisten en obtener impunidad, reconocimiento político y acceso a los órganos legislativos colombianos, y eso es lo que hoy se ufana de conceder el Gobierno Nacional y lo llama avances significativos; pero el pedido (que debería ser una exigencia) de la dejación o entrega de las armas, los criminales en La Habana lo condicionan a que se les apruebe en un todo sus descaradas peticiones, y el Gobierno lo acepta resignado, sumiso, arrodillado y genuflexo. ¡Qué avance tan significativo!
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Las fotos de los cabecillas asesinos de las Farc deleitándose en un yate en Cuba, más que una afrenta contra los colombianos de bien que nos sentimos airados con esta demostración de cinismo y descaro, es un factor de desánimo para los propios miembros de ese grupo terrorista. ¿Qué puede sentir un terrorista raso, mal alimentado, que duerme a la intemperie, que sufre privaciones permanentes, que ha sido violado, maltratado y aislado de la sociedad, al ver a sus jefes viviendo una vida llena de lujos, sibaritismo, hedonismo y placer? ¿Qué pueden pensar los miles de niños reclutados que están sometidos al desprecio, torturas físicas y sicológicas, y obligados a odiar a la riqueza ajena, al ver a sus jefes viviendo como oligarcas y disfrutando de los lujos y placeres que dicen abominar? ¿Será que aspiran a llegar algún día a conseguir esta vida, sabiendo que son permanentemente expuestos como carne de cañón, despreciados y obligados a vivir como animales en la selva? ¡No creo!
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