Carolina Martínez


Es posible que esta columna salga publicada el sábado 22 de diciembre en el diario LA PATRIA de Manizales, Colombia, y puede ser que cuando ya no estemos, un periódico de hoy sea encontrado en algún tiempo o lugar del universo años después de que choquemos con un asteroide gigante o el planeta Niribu, o exploten todos los volcanes existentes o se produzca una fatal alineación galáctica, pronósticos para el viernes 21 de diciembre, último día de la historia de este mundo, según el calendario largo Maya de 5.200 años.
Si estas palabras llegaran a ser leídas por algún extraterrestre, alienígena o marciano, quiero dejar constancia de que en este planeta tierra jamás existió vida inteligente. Que nosotros mismos acabamos con todo. Los seres humanos fuimos los peores enemigos de la naturaleza. Que aquí hasta nos matábamos entre hermanos. Que muchos, en la abundancia, no vieron los niños que murieron de hambre en la pobreza. Que aquí tanta agua nos mató de sed.
Pero si nadie las lee no importa, es probable que de ninguno de nosotros quede la historia ni el recuerdo. Lo que suplico ahora es que si ha de haber sobrevivientes, por favor, que no sea yo, y que Dios me proteja de que me pase durante una eternidad lo que le pasó a Aureliano en el instante en que leyó los pergaminos de Melquiades con las predicciones de la familia Buendía escritas con cien años de anticipación: "Entonces empezó el viento, tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces".
Que no sea yo la que tenga que cargar con toda la soledad del mundo y el dolor y los muertos, a pesar de que este deseo contradice mis teorías de antes del fin del mundo cuando creía que "nada es peor que la nada" y que "es mejor quemarse que desvanecerse". Pero hoy, en este cuarto en el que escribo el jueves 20 de diciembre, ruego que no vaya a quedarme sola en la oscuridad total después del apocalipsis. Qué tal una inversión de los polos magnéticos de la tierra y quedar uno solo en este despelote de vida, que si con compañía, sol y los polos al derecho es tan difícil de vivir, cómo podrá ser en soledad, sin sol, y al revés.
Si los Mayas aciertan en sus predicciones, como lo creen el 20% de los chinos, el 13% de los mexicanos, el 12% de los estadounidenses y los argentinos y el 10% de los españoles, en contadas horas o minutos se producirá el solsticio anual de verano o invierno -según el hemisferio que se habite- se alinearán el sol y la tierra y concluirá un ciclo de más de 5.000 años del antiguo calendario Maya, y con consecuencias mortales para los habitantes de la tierra, agregan los fatalistas que no creen lo que piensan los escépticos sobre la mala interpretación que esta civilización le da a un día que los Mayas predijeron como el fin de un ciclo y el paso a una nueva era.
Ya son las 11.40 p.m. y la noche está estrellada, no da la impresión de que vayamos a explotar. Sería injusto perder los regalos empacados y que Miranda la ganadora de La voz Colombia no pueda disfrutar los 300 millones ni grabar el disco. Y antes de que mi corazón estalle quiero decir que solo en contadas ocasiones viví cada día como si fuera el último y canté como si nadie me oyera. Que me la pasé angustiada por cosas que no valieron la pena y en cambio dejé de ver muchos atardeceres que merecían ser vistos. Que extrañaré el mar arrepentida por no haber sucumbido a sus olas. Que con el alma amé a los que me amaron. Que con mis ojos llegué a ver paraísos infinitos y también infiernos atroces. Y conocí el rencor, pero también el perdón, y la pasión y también la culpa, además del amor, el desamor y la desilusión, y por eso supe que todos somos frágiles y vulnerables. Siempre y sin remedio sentí el dolor ajeno y podría decir que en realidad no fuimos tan malos todos, pero la mayoría no supimos para qué era la vida.
Y si todavía estamos cuando se publique esta columna es porque no me pasó lo de Aureliano al descifrar los pergaminos y no todo lo escrito aquí será irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad sí tendremos una segunda oportunidad sobre la tierra.
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