Jorge Alberto Gutierrez


Así rezaba el pasacalles "interpuesto" por un nutrido grupo de vecinos del túnel de la 52; hasta que la Administración Municipal se comprometió a suspender su construcción mientras encargaba un estudio serio, no emocional, para conocer de su pertinencia y saber si su puesta en funcionamiento aliviaría la congestión que se presenta allí todo el tiempo, como resultado de tratar de resolver un conflicto que era inexistente antes de la intervención a la que estamos haciendo alusión.
El mensaje es sabio, progreso no es sinónimo de puente, ni de intersección vial, ni de obra despampanante, como lo creemos cuando miramos absortos las imágenes del primer mundo mientras hacemos caso omiso de su contenido, es decir, que la sola forma puede acarrearnos serios problemas de fondo, que van desde el ridículo hasta excesos grotescos como los palacetes de emperador romano de la narcoestética.
Las soluciones a las intersecciones viales que se muestran en los catálogos de concretos o en las guías turísticas de Miami o Los Ángeles, no se pueden trasplantar automáticamente para resolver problemas, en contextos culturales y urbanos distintos.
Una correcta planeación exige el análisis de todas las variables que concurren en un determinado lugar, para poder proyectar una respuesta en armonía con sus exigencias ambientales, técnicas y sociales. Hagamos composición de lugar a la manera de los Jesuitas: Aceleremos el carro hasta alcanzar la velocidad necesaria para lograr el ascenso al puente de marras, luego dejémonos llevar por la emoción que producen las alturas y si es la primera vez podemos hasta pedir un deseo, observemos de soslayo las sombras chinas de una escena conyugal que puede estar proyectándose en las cortinas del hotel Casa Gálvez, pues estaremos pasando a la altura de una de sus habitaciones, pero una vez lleguemos de nuevo a tierra firme, nos encontraremos un sector urbano donde están ubicadas buena parte de las casas de velación que hay en la ciudad, entonces será lógico toparnos con el sepelio de un manizaleño notable, y como todos aquí somos notables, el evento estará a punto de convertirse antes que nada, en un acontecimiento social, los ramos de flores, el caminar pausado de los deudos, las gafas oscuras y, por supuesto y en consecuencia, la solución vial quedará sepultada en la ineptitud de los "planificadores", (esto lo enseñan en primer semestre de urbanismo), que no cayeron en cuenta, otra vez, de que toda intervención urbana requiere sino de una mirada integral de la ciudad, al menos del sector donde será implantada.
No tiene excusa que los ya veteranos funcionarios de la Administración Municipal, ni los profesionales de la ingeniería a quienes se les han encomendado una y otra vez, la gran mayoría de las soluciones vehiculares de la ciudad, no hayan desarrollado un mínimo de sensibilidad acerca de la problemática urbana, ni hayan entendido que su objetivo último y primero es facilitar la vida de la gente, "vivo hace más de cincuenta años en el sector, hago mis diligencias a pie, pero con el puente que ustedes pretenden construir voy a quedar encerrada en mi propia casa..." argumentaba airada una de las señoras del sector en cualquiera de las reuniones de vecinos, en la que se discutía la pertinencia del puente, todo ello ante el mutismo y silencio del director del Invama que no tuvo ningún recurso técnico de donde echar mano para rebatir las observaciones del sentido común, y sin embargo sigue insistiendo a voz en cuello que el puente, hoy en entredicho, es una respuesta de maravilla para resolver el conflicto.
El urbanista en Manizales, la mayoría de las veces, es el alcalde de turno, que no propiamente por razones de su formación: los hay abogados, economistas, ingenieros, amas de casa y hasta curanderos, deciden con argumentos parecidos a la infalibilidad cuestionada de los papas de Roma, cuáles, cómo y con qué estética se hacen las obras públicas de la ciudad.
Los usos de suelo son quizá más importantes que los peraltes de las intersecciones viales, porque ellos deciden la suerte de la vida en comunidad. En ese sentido, la Avenida Lindsay, que por vocación debería continuar el campus de las universidades Nacional y de Caldas, se ha convertido por efectos de una irresponsable planeación o de un cómplice "control urbano", en una vía destinada a servicios de salud; los pacientes a la intemperie con sus bolsas de suero, sus impedimentos, y la angustia de su dolor, esperando en las calles como en cualquier deprimente imagen del tercer mundo, a que los atienda el galeno que les tocó en suerte, mientras las ambulancias con su canto desesperado se abren paso a codazos, los vendedores de chance atraídos por el olor de la necesidad, los acompañantes rebosando las calles con sus carros, porque no hay un solo parqueadero en el sector que atienda las necesidades de las clínicas y de los que esperan nerviosos.
Qué decir de los vecinos de La Arboleda, a quienes se les incrustó una sede del DAS en la intimidad de sus hogares convirtiendo la tranquilidad de las calles barriales en una especie de campo de concentración; la vida doméstica de barrios como Palermo que se llenó de otros servicios de salud con las mismas anomalías que "El paseo de los estudiantes", sin parqueaderos, presos de una ambivalencia desesperante, porque no es un sector con niños en la calle jugando a escondidas, ni tampoco una ciudadela de la salud con enfermeras y bancos de sangre, un espacio amorfo, el principio de la anti-ciudad; y el Centro Republicano convertido por la Administración Municipal, quienes la institución que debería liderar su salvación, en la cloaca de la ciudad. Allí por norma están los casinos y las casas de juego, esa suerte de establecimientos que se enriquecen con el desespero de la gente y de los que piensan que el azar les tiene preparado un futuro con ríos de leche y miel, un Centro Histórico que tiene vedada la construcción de parqueaderos públicos dizque para desincentivar la afluencia de los carros a sus calles estrechas.
De cómo debe ocuparse el territorio es uno de los temas estructurales, que está trabajando la Administración Municipal en el proceso de evaluación, diagnóstico y formulación del Plan de Ordenamiento Territorial, una partitura que debe seguirse en los próximos doce años de formación de la ciudad; de la pertinencia y filosofía de sus propuestas depende el grado de bienestar de los que tenemos el privilegio de habitarla y de los que nos habrán de suceder en el mañana.
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