Andrés Felipe Betancourth


Como es habitual, muchas voces se escuchan a propósito del incremento del salario mínimo, la mayoría de ellas en expresión de desacuerdo, aunque también muchas de ellas carentes de análisis o alentadas por oportunismos preelectorales. Tal como ocurrió a finales de 2011, con las expresiones del vicepresidente Garzón acerca de las estimaciones de niveles de pobreza por ingresos hechas por el Departamento Nacional de Planeación, las referencias apresuradas a las cifras y las declaraciones acaloradas ante los medios solo sirven para polarizar las opiniones y generar cortinas de humo respecto de los problemas sociales de fondo, que son mucho más hondos que las condiciones económicas o fiscales del país en determinado momentos.
No pretendo defender el incremento de 4,5%. Lo que pretendo plantear es que la situación laboral de millones de colombianos y la situación social de cientos de miles de familias en el país está en críticas condiciones, y esto no se le debe asignar solamente al salario mínimo establecido en la negociación entre Gobierno, Centrales Obreras y Empresarios.
En primer lugar, si bien somos reconocidos como la cuarta economía de América Latina, después de Brasil, México y Argentina, ocupamos al mismo tiempo el cuarto lugar en cuanto a proporción de ocupación informal de la población, siguiendo a Perú, Bolivia y Paraguay. Según las cifras de la CUT, del total de 23 millones de colombianos ocupados, 68% lo están en el marco de la informalidad, y si bien algunos de ellos pueden superar en ingreso el nivel del salario mínimo, la inestabilidad, la inseguridad social y la desvinculación de servicios básicos mantiene en condición de vulnerabilidad a sus familias. Eso sin contar miles de personas que ocupadas "formalmente" reciben remuneraciones precarias en la medida que sus empleadores eluden las obligaciones mínimas de ley.
Por otro lado, los sectores primario y secundario de la producción siguen desestimulándose, y si bien es alentador en las cifras "gruesas" el crecimiento del sector servicios, es claro que este desequilibrio tiene problemáticas asociadas como concentración de ingresos, aumento de las brechas entre ricos y pobres, concentración desordenada en las ciudades, por no mencionar el escaso desarrollo y transformación tecnológica de las materias primas de las que somos proveedores, pudiendo ser transformadores.
Finalmente, más que ser mínimo el salario, son mínimos los servicios a los que acceden las familias de quienes devengan ese salario o menores. No solo en términos de cantidad y oportunidad, principalmente en términos de calidad. Sin duda, los servicios de transporte son precarios para comunas y barrios donde las calles son más estrechas y en mal estado. Del mismo modo, los servicios de salud muestran claras desventajas entre quienes pertenecen al régimen subsidiado y quienes pueden acceder a la medicina prepagada. Pero quizá el más grave, porque perpetúa el problema, es la diferencia en cuanto a la calidad de educación que reciben las familias cuyas fuentes de ingreso están alrededor del salario mínimo.
Si bien contamos con instituciones educativas públicas, y en ellas hay muchos docentes y directivos comprometidos con su labor, la dotación de laboratorios, el acceso a libros, los recursos pedagógicos, la disponibilidad para salidas académicas son mínimas en comparación con las de muchas instituciones privadas. En consecuencia, un egresado es menos competitivo que otro para acceder a cupos universitarios, si esa llegara a ser su aspiración. Así las cosas, lo mínimo no es el salario, sino las oportunidades.
Nos corresponde como sociedad ahondar en las reflexiones y preguntarnos si queremos (y podemos) persistir y progresar con la inequidad como cimiento. Aún desde las ofertas institucionales mejor intencionadas se esconden enormes desigualdades y discriminaciones, seguramente inadvertidas. Para los jóvenes de los barrios marginales las instituciones ofrecen cursos de metalmecánica, construcción, panadería, etc… así como las Universidades ofrecen programas técnicos en horarios nocturnos. Ocupaciones u oficios de salario mínimo. En los barrios de estrato alto a los jóvenes se les cultiva en las artes y las humanidades, así como en horarios diurnos pueden acceder a programas de ingeniería, derecho, medicina, etc… El problema no radica en que el salario sea mínimo, sino en que las inequidades sean máximas.
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