Efrain Castaño

Al arrancar la hoja del calendario hoy 5 de febrero encontramos que es la memoria de Santa Águeda; esta fue una mujer nacida en Palermo (Italia) que fue muy apreciada en las comunidades del siglo III.
Se dice que era una bella mujer ansiada por cantidad de caballeros; al saberse que era seguidora de Cristo en la Iglesia fue perseguida y sufrió un cruel martirio, sosteniendo ella un porte de fortaleza que admiró hasta a sus verdugos; el pueblo la aclamó como mujer de inmensa virtud y ejemplo de fe y de vida humana.
Alguien debe saber por qué el bello sitio a una hora de Manizales en región cálida y hermosa lleva este nombre: Santágueda; la verdad es que es un lugar paradisíaco que desde antaño se señaló como bello lugar apto para el descanso y el recto placer.
El centro de La Rochela era por la década del 50, un centro privado de recreación y más cuando se hizo allí enseguida el aeropuerto de Santágueda que funcionó por muchos años.
Inolvidables los paseos de olla que se realizaban los fines de semana y que pasando por allí seguían hasta el sitio de la quebrada Cambía de agua limpia, refrescantes guaduales, charcos que atraían para un buen baño en familia.
Allí en Cambía muchos pisamos por primera vez el verde pasto, las piedras junto al río, conocimos de cerca el saltarín sapo y oímos el croar de la rana; vimos de cerca casi hasta tocarlos en el agua a pequeños peces que nos admiraban por su rapidez y pericia; por primera vez alimentamos peces tirando con gusto un pedazo de pan para verlos en racimo mordiendo presurosos su parte y escapando con velocidad admirable.
Corrió el tiempo y el aeropuerto se cerró alegando lejanía y malas vías de comunicación; en buena hora dirigentes de la ciudad pensaron en socializar la belleza de La Rochela y sus alrededores, el centro vacacional abrió y amplió sus servicios y se empezó la construcción de cabañas para facilitar que en familia y grupos se pudiese disfrutar de tan bello lugar.
Ya no había que ir con la olla a la orilla del río para hacer el almuerzo sino que las cabañas ofrecían oportunidad para que reunidos en bienestar, hacer de comer, quedarnos varios días, observar los peces de los lagos, las flores de los jardines y practicar el deporte que regalaba el disfrute risueño desde el más pequeñuelo hasta a la abuela que quemada por el sol terminaba la faena viendo al familia abrazada y afectuosa al llegar la noche para dormir en la cabaña.
Gracias a quienes proporcionan este hermoso sitio, a quienes lo cuidan, lo atienden con amabilidad y gozo; allí se puede exclamar lo que el Salmo Bíblico anota: "qué bello ver a los hermanos unidos" (S. 132,1).
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