Andrés Hurtado


Decíamos ayer que nuestro soldado Gunther y su devota enfermera terminaron enamorándose y formulando la respectiva promesa de matrimonio. Todos los alemanes fueron cobijados con una "culpa colectiva" decretada por Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá, las potencias de la ocupación. Y los soldados y todos los que participaron directamente en la contienda fueron los más señalados y perjudicados con esta acusación general. Allí quedaba enrolado nuestro soldado.
Ella, la enfermera, continuaba su labor profesional en el hospital de Sajonia y el soldado su trabajo de traductor en Hamburgo. Además de las cartas que se escribían, se visitaban cuando podían. Era un amor que traspasaba continentes, Europa y América, un amor, que en mi concepto obedecía a la fórmula más bella que sobre él yo conozco y que pertenece a Saint-Exupéry, el autor del Principito, obra de cuya publicación se cumplen ahora 40 años. Pero la fórmula se encuentra en otra de las obras del aviador francés. Y dice así: "Amar no es mirarse a los ojos sino mirar juntos en la misma dirección". Repito y lo haré las veces que sea; no he leído nunca una fórmula más bella y perfecta y que realmente funcione, sobre el amor, como esta.
Ellos, el soldado y la enfermera, tenían un proyecto en común, exterior a ellos, que los libraba de las naturales veleidades, aburrimientos y monotonías de una relación. Ese proyecto común y exterior eran los bosques de Meremberg, allá lejos, en Colombia, un país del que Gunther oyó hablar por primera vez a su amada Mechthild; de otro modo, como tantísimos europeos, hubiera vivido y muerto sin saber de su existencia.
En agosto de 1947 los enamorados se casaron en Sajonia y ofició el rito un pastor protestante, tío de la enfermera. Casados ya, el siguiente paso era viajar a Colombia. Pero, ¿cómo? La "culpa colectiva" que pesaba sobre todos los alemanes hacía imposible todo intento para salir del país. Pero había que intentarlo y el amor rompe todas las barreras. Una luz de esperanza surgió; Mechthild era ciudadana colombiana y se podía hablar de una repatriación y como era casada podría viajar con su esposo alemán. Entonces ella decidió emprender una batalla diplomática que tuvo amplia controversia en los medios diplomáticos de Bogotá, Bruselas, Londres y Nueva York, como nos lo cuenta Liberio Jiménez.
El trabajo de traducción que llevaba a cabo el soldado fue excelente y gozaba del aprecio de los ingleses y de ellos logró una carta de recomendación con la cual pudo conseguir el anhelado "exit permit" que le facultaba para salir de Alemania. El visado número UNO del consulado de Estados Unidos en Miami fue concedido al soldado Gunther Buch. El número UNO. Así habiendo salido de Hamburgo y luego de varias paradas por combustible en Europa los dos casados llegaron a Miami de donde partieron para Colombia el 10 de diciembre de 1948 y después de hacer escalas técnicas en La Habana y Kingston llegaron al aeropuerto de Techo en Bogotá. La emoción de los viajeros al entrar a territorio de Colombia y sobrevolar el verdor del país y en especial la larga serpiente que es el río Magdalena fue indescriptible. Los sueños largamente acariciados en el hospital de Sajonia se estaban, por fin, materializando. En el aeropuerto fueron recibidos por Helmut, cuñado de Gunther y por un amigo de ellos, que tenía una farmacia en Neiva e hizo el trayecto en tren hasta Bogotá; se llama Alberto Zuleta. Gunther quedó desde este momento impresionado de la amabilidad de los colombianos; el recibimiento para su nueva patria no podía ser mejor.
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