Flavio Restrepo Gómez


No hemos terminado de asimilar, ni de recuperarnos del golpe artero recibido, por cuenta de la estulticia sin parangón de nuestros políticos, que terminó en la sentencia de la Corte Internacional de Justicia en La Haya.
Mientras un expresidente sociópata, que ama la guerra como si nuestro país fuera un campo de experimentación de conflagración, en el que la arremetida de los violentos aplasta toda la capacidad de resistencia y aniquila la esperanza de la verdadera sociedad civil, que ansía inútilmente la reconciliación y la paz.
Ese negocio de la paz no le sirve a los violentos, es atacada por violentólogos de oficio y por profesionales en prender fuego, donde todavía no se apagan las llamas de una guerra insensata y cruel que deja muchos muertos y de la que viven muchos "vivos", que desde sus columnas de opinión, dictan cátedra sobre la conveniencia de seguir la orden, que diera alguna vez su máximo jefe: "Vamos a aniquilarlos".
Mientras eso pasa, la indecencia se apropia del país, cuando a hurtadillas, en el Congreso de la República, ese cenáculo de raposas, un cúmulo de nulidades que dicen representar los intereses de los colombianos aprueba a pupitrazo limpio la Reforma Tributaria, presentada con sofistería engañosa por el ministro Cárdenas, para querernos convencer de un hecho que es inaceptable y francamente torpe, en el cual, los que terminamos pagando los platos rotos de esta debacle económica en la que nos debatimos a diario por cuenta de inescrupulosos que roban al Estado, defraudan el erario o juegan con el presupuesto, como si estuviesen jugando con su dinero, somos los colombianos que trabajamos a diario sin descanso y tributando al mejor estilo de los regímenes feudales o de los cobradores usureros de cuentas, en épocas que creíamos superadas.
La clase media de un país, encargada de pagar los desmanes de ese barril sin fondo en que se ha convertido la malversación de los dineros públicos, malbaratados por políticos y por políticas que causan vergüenza, con soluciones propuestas por un hombre muy preparado, pero sin vergüenza, que muestra como el reto que hizo Mockus a Santos cuando estaban en los debates preelectorales, cuando este último dijo que reduciría los impuestos, para ganar adeptos por supuesto, de que lo esculpiera en mármol, porque no era viable y no lo cumpliría.
En efecto, Santos no lo cumplió y ahora no contento con subir lo que dijo bajaría, carga todo el peso tributario a ese margen de población que trabaja, clase media que la suda con honradez, para verla lesionada por un Estado glotón e insaciable. Él no dejó que lo esculpieran en mármol, porque sabía que no lo cumpliría, que era solo un señuelo para ganar adeptos, que engolosinados con promesería barata, terminan pagando los platos rotos, de una vajilla muy frágil, teniendo en cuenta la laxitud con la que se gasta, la falta de controles para vigilar el manejo de lo público, por la absoluta carencia de una oposición que haga evidente el desafuero de cobrar a los que no debe, mientras alivia a los que debían pagar, con el argumento falaz de que es necesario estimular a los inversionistas para crear fuentes de trabajo. ¡Mentiras! Mentiras cínicas.
Porque en Colombia los políticos hacen de todo, pero no responden por nada, nadie pagará. Con la reforma tributaria, se aliviarán las cargas a los poderosos, a los industriales, a los grandes capitales, que han sido siempre expertos en pagar poquito y ganar mucho.
Pero claro, los escándalos se suceden a diario y a tal velocidad, que no solo son difíciles de digerir, sino que concentran la atención en otros temas poco trascendentes, para que todo pueda consumarse como lo tenían planeado los políticos.
Mauricio Cárdenas hará realidad su sueño, de hacer tributar a la clase media, exonerando a los que deben pagar: los industriales, los capitales extranjeros, los inversionistas foráneos que explotan nuestras riquezas, acabando nuestro ecosistema, enriqueciendo emporios que invierten poco, sin beneficiara la gente, obteniendo ganancias excesivas, que se llevarán de Colombia, dejando desolación y pobreza, arrasando nuestras reservas naturales, insuficientemente protegidas por burócratas sin interés en problemas ambientales, interesados en ambientar sus cuentas y llenar sus bolsillos con dineros de los colombianos.
Mientras todo esto pasa, sacan a flote escándalos que vuelven a la palestra para desviar la atención. Ya volvieron con el trillado cuento de Murcia, que les sirve de mampara para embolatarnos, mientras cocinan sus putrefactas recetas, que aplicarán a los colombianos, como lo hacía Josef Mengele experimentando en judíos todas las atrocidades que se le podían ocurrir, para justificar la pureza de una raza, harto impura.
En este país desbarajustado que heredamos de Uribe, nos quitan agua y nos dejan los cayos. Nos mienten, nos engañan con una prosperidad democrática, que ni es próspera, ni es democrática, que siguió a una seguridad, que no fue segura y que fue casi dictatorial.
En fin. Los pueblos se merecen los políticos que los gobiernan, porque minorías, que son mayorías, los eligieron para que hicieran lo que les diera la gana.
Seguiremos con la salud y otros temas, verdaderas marañas de irregularidades y corrupción.
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