Luis F. Molina


Cualquier persona con su espíritu tropical se acordará de la letra de una canción de un conocido cantante de merengue que dice: “No me digan que los médicos se fueron, no me digan que no tienen anestesia, no me digan que el alcohol se lo bebieron y que el hilo de coser fue bordado en un mantel…” Suena hilarante, pero esta parece ser la realidad en el mundo y en Colombia.
A raíz de los saqueos descarados a la salud que se hacen en Colombia, se crean negocios entre privados para dividirse las ganancias de la misma. Sí, la salud como un negocio.
Pienso que quienes planean los regímenes de salud asumen una forma de exterminio y no idean el alivio de sus ciudadanos. Estos políticos “poco saludables” deben entender que las enfermedades no siguen estadísticas ni números de inversionistas.
Es necesario replantear el salvaje e inhumano sistema de salud colombiano que está basado en gran parte en cómo otras naciones cuidan de la salubridad pública. Es claro que no es fácil para los gobiernos mantener los presupuestos dedicados a la salud, pero parece que tampoco está preocupado por mejorar los crecientes problemas. Creo que al estado le quedó grande cumplir con sus obligaciones.
Quizás el problema que se presenta en Colombia también se vive en otras latitudes. Este asunto relativo a la salud puede reelegir o remover de su cargo al mandatario más famoso y farandulero del mundo: Barack Obama.
En Estados Unidos se vive una recia pelea entre republicanos y demócratas por reformar un inefectivo sistema de salud que no garantiza este derecho a todos sus ciudadanos y tampoco permite que ellos elijan el que más les favorezca.
Todo comenzó hace algunas décadas con la famosa privatización. El Gobierno Federal de los EE.UU. se vio obligado a reformar su sistema de salud en 1973 durante el mandato de Richard Nixon. La administración Nixon decidió aceptar la reforma después de años de politiquería aplicada sobre la salud. El cambio de entonces constaba de un modelo subsidiario para que el mercado se interesara en el sector, con el fin de que se redujeran los costos de mantenimiento, aunque estos no se disminuyeron y el sistema continuó su camino.
Luego, bajo la dirección de un congreso demócrata y la presidencia de Barack Obama se firmó otra reforma al sistema de salud, conocida como “Obamacare”. El plan que finalmente aprobó el legislativo requiere que todos los ciudadanos entren a un sistema de salud. Si no realizan esto, deberán pagar multas al estado por incumplir su mandato. El plan todavía está en fase de desarrollo, es decir, en veremos.
No obstante, la idea de Obama consiste en reducir el déficit que le ocasionaba al Gobierno Federal su sistema de salud. Optó entonces por recortar el presupuesto de Medicare, una afiliación médica estatal para adultos mayores de 65 años y personas jóvenes con enfermedades terminales. El Estado se haría cargo del resto. Sin embargo, las toldas partidistas aparecieron. Los republicanos dijeron que se trataba de un sistema de salud socialista, pues el Estado se encargaría de todo el sistema de salud.
Esta reforma en EE.UU. es un tema sumamente complejo. Está lleno de cabos sueltos a los cuales diferentes políticos quieren sacarle provecho. Desgraciadamente, la salud se ha convertido en un negocio con un lance político. Quizás la buena fe de muchos gobernantes y legisladores en diferentes naciones se ve opacada por un pensamiento político enceguecido.
Lo que ocurre en Estados Unidos es una muestra del caos que sucede cuando se recorta el dinero de unos para pagar otros. Obviamente, hay un gran número de variables en ese país como la salud de los inmigrantes, de los veteranos de guerra, de los adultos mayores, etc., que no caben en esta columna y también afectaron el modo en el que el gobierno ideó su reforma.
Por ahora, son casi 30 Estados, agrupaciones religiosas y civiles las que han demandado el “Obamacare” ante la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos. La opinión de la misma será conocida a finales de junio.
La experiencia nos ha enseñado que la privatización es buena en algunos campos, pero no todos. La salud no puede tratarse como un término de experimentación neoliberal y tampoco debe ser la cenicienta de los presupuestos cuentagotas de los gobiernos. Desafortunadamente, esto es lo que hacen a rajatabla la mayoría de administraciones.
Muchos tendrán sus razones para dudar del proceder del gobierno en los aportes a la salud, pero debe hacerse presente en todos los ciudadanos, la exigencia al mismo para que la ponga en primer lugar y no la trate como un instrumento de proselitismo político.
Por lo pronto, espero no se cante más el Niágara en bicicleta y no sigamos sufriendo más con la cura que con la enfermedad.
Por ahora, son casi 30 Estados, agrupaciones religiosas y civiles las que han demandado el “Obamacare” ante la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos. La opinión de la misma será conocida a finales de junio.
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