Andrés Felipe Betancourth


Enorme escozor han causado desde el inicio de la presente semana las afirmaciones de un sacerdote italiano acerca de algunas de las causas que explican las manifestaciones de violencia contra las mujeres. Si bien el sacerdote manifiesta su rechazo a la violencia y el abuso sexual, llamándolas "cosa de canallas", cae al tiempo en el error de confundir a las víctimas con los victimarios cuando dice que "tal vez nos lo hallamos buscado". No puede admitirse, independientemente de su procedencia, ningún señalamiento que ubique a las mujeres en el lugar de la determinación de los delitos en su contra, sobre el argumento que "cada vez más, provocan, se vuelven arrogantes y se creen autosuficientes y acaban por exasperar las tensiones" (de la traducción circulada por la agencia EFE).
Obviamente la responsabilidad sobre sus palabras debe recaer exclusivamente sobre quien las emite, y no debe por ello castigarse a la institución, pero sí se espera de las instituciones una postura clara y firme respecto de las erróneas expresiones y actuaciones de sus representantes. Lamentablemente la Iglesia Católica ha desatendido esa responsabilidad, por ejemplo en casos probados de pederastia. Pero no solo en sucesos extremos de vulneración de derechos hay equivocaciones. Los mismos errores de fondo se esconden en expresiones y determinaciones como las que se publicaron hace un tiempo en las puertas de la catedral de Manizales, anunciando que se negaría la comunión a quienes vistieran minifalda o pantaloneta. Sin duda, hay un entendimiento equivocado acerca del sentido del sacramento, y una confusión del mismo con los ritos. Pareciera olvidarse que es el mismo evangelio el que señala que "Nada de lo que entra de afuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale del corazón del hombre es lo que lo hace impuro" (Marcos 7, 15). Pero la reflexión no debe limitarse a las palabras infortunadas de un miembro de una iglesia en particular. Habiendo vivido en una zona de dominio guerrillero, recuerdo con dolor haber escuchado varias veces, cuando alguien cae víctima de las balas de cualquiera de los bandos, expresiones como "… algo debía…", o "… por algo ocurrió…".
Afirmaciones de ese tipo, infortunadamente comunes, prosperan en sociedades que han perdido la noción sobre el valor y el sentido de la vida. En ningún caso, un joven que termine vinculado en actividades delictivas, una joven sumida en el uso abusivo de alguna droga, un campesino conminado a "colaborar" con un grupo armado, está buscando para sí una agresión, y mucho menos comprometer su vida. Es cierto que hay decisiones individuales que comprometen las condiciones de vida de las personas, pero no podemos desconocer las condiciones sociales que conminan a cientos de hombres y mujeres a vincularse con acciones en las que ponen en riesgo su existencia. Es inadmisible que sigamos contemplando las estadísticas de niños y niñas abusados, maltratados o sumidos en las drogas, y que estemos buscando explicaciones en lugar de soluciones.
Para esta época de reflexiones y propósitos, al menos en lo personal, he de preguntarme cuánto participo de prejuicios y exclusiones, al cuestionar al otro por su forma de vestir, ser o pensar, al encontrar argumentos para las agresiones, al contemplar una ciudad, un país y un mundo profundamente inequitativos y no hacer nada por cambiarlos.
Cuestionar al sacerdote italiano, señalarlo e insultarlo, y conformarse con ello, también es en cierto sentido agredirlo y justificar agresiones en su contra, es decir, significa cometer el mismo error. Y como se ha vuelto común decir: si queremos algo distinto, no podemos seguir actuando de la misma manera.
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