Luis F. Molina


Nuevamente el G-8 se torna en el G-7. Rusia se queda fuera del grupo económico más exclusivo del mundo luego de la anexión de Crimea a su territorio la semana pasada. La conferencia del G-8, planeada para este junio en Sochi (Rusia) quedó en el limbo.
La idea que envuelve las iniciativas de Italia, Alemania, Francia, Canadá, Japón, Estados Unidos y Reino Unido es ejercer presión en contra de Rusia y lograr que el brazo de Vladimir Putin se dé a torcer, cosa que todavía parece lejana y difícil de alcanzar.
Pero la incógnita real es saber cuánto le puede afectar estas tímidas sanciones a Rusia luego de alzarse con el triunfo geopolítico más importante en lo que va de siglo. ¿A Putin en realidad le afecta quedarse por fuera de la reunión de los ‘niños ricos’ del planeta?
El aislamiento posiblemente no genere problemas a corto plazo, pero internamente a Putin la población comenzará a exigirle por las licencias que eventualmente ya comenzó Rusia a perder luego de la incorporación de la península de Crimea a su aparato político y geográfico.
En lo que ahora se conoce como la Declaración de Hague, los líderes de los siete países más industrializados del mundo (descontando a China), se oponen férreamente a las convicciones rusas, pues uno de las aristas que aún duele es la forma en la que Moscú logró alzarse con Crimea. Anuncian en la misma un apoyo irrestricto a Ucrania con el que, posiblemente, logren enclavar el más fuerte satélite de política occidental en la zona.
Además, Rusia se saca la espina. Hace seis años, cuando Kosovo era un hervidero y alcanzó su independencia, la Federación de Rusia vio con ojos irritados como este territorio se dividía de Serbia mientras recibía respaldo de los aliados de occidente. Ahora el caso es básicamente igual, pero con los actores en roles diferentes y con odios entrañables que apuntan al celo político más que a nada.
Nadie se pronunció entonces, porque a la luz del mundo estaba bien que Kosovo se liberara y se detuviera el derramamiento de sangre. Pero, principalmente, porque para occidente estaba bien, sobre cualquier otra persuasión. Ahora, para los mismos aliados está mal la libertad de Crimea y por ello se condena a Rusia por arrebatar sin mayores torpezas una gran franja territorial de Ucrania.
La situación con Crimea no será la primera ni la última de las anexiones de Rusia. Por ejemplo, el pequeño territorio de Transnistria se perfila ahora como la próxima incorporación a la Federación Rusa, sin que ello signifique un vasto crecimiento de territorio, pero sí una presencia más fuerte en el oriente europeo.
Ahora bien; lo anterior sólo deja la puerta abierta a que eventualmente Putin tenga que definirse y saber que los que en otrora fueron sus amigos, ahora serán sus más vigorosos cazadores.
Pero el nuevo juego político del Kremlin también puede significarle potenciales separaciones. Es decir, que territorios rusos con ánimos separatistas se vayan y ponderen repúblicas independientes con aires occidentales o chinos. Tales efectos pueden llegar a regiones como Chechenia, Tartaristán o Kalmudia, incluso a Siberia (dos tercios del actual espacio ruso), territorios que no ven con buenos ojos las administraciones centrales del gobierno ruso y que se acercan más a Pekín que a Moscú.
Con la misteriosa posición neutral de China poco o nada se puede concluir, pues la República Popular debe guardar silencio, debido a que también varias regiones buscan salir de una nación cuyos problemas sociales se reproducen como su misma población.
El G-7, por ahora, se convertirá en un alzado fiscal de las acciones rusas en un futuro, sin desconocer quiénes podrían patrocinar acciones separatistas que a la larga desfigurarían la imagen de la Federación de Rusia tal como la conocemos hoy, sin antes olvidar predecir la máxima de este caso: víctimas de su propio invento.
Entonces Putin podrá preguntarse: ¿a quién afecta más?
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