Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá

Estaba Equidad en cuidados intensivos, perdida la identidad, en lucha intensa por reencontrarse a sí mismo. El Once Caldas visitó Techo con alarde mandón en la idea de apropiarse del partido para quitarle peso al cuento aquel de la “Bestia Negra” alimentado desde los medios. Pero al blanco le falló el último contacto con sus delanteros, la conexión interior en ataque, la pólvora y los hombres de gol.
Los caminos se cerraron, en medio de una dinámica con tensión, roces e interrupciones, en propuesta conocida de un equipo en el que perdura la vieja costumbre de cortar el ritmo con faltas tácticas y a jugar al  filo del reglamento. Equidad es eso: tanta voluntad…tantas mañas. El Once cambio sus planes tradicionales. Se hizo individual, equivocó la ruta, no afinó en los pases y se quedó sin ingenio. Por eso, aunque aporto más, nunca logró la soberanía en el partido.
En el campo hubo poco, o nada, solo actitud la que no admite discusiones y un deseo de jugar a velocidad alta, sin pausas.
Cuando el Once se percató de que el partido no podía ganarlo, lo cerró. Lo hizo tocando de un lado a otro, en juego lateral, a lo que no se opuso Equidad, cómodo con el empate dados la incapacidad ofensiva y el riesgo que corría de perder una vez más en su patio. Por eso le puso candado a su defensa.
Cuando Sergio Herrera ingresó, la tribuna emotiva reactivó los gritos entusiastas de apoyo, pero este aún no está en forma después de que Farid Díaz, de Nacional, destrozara su rodilla. No intimidó y jugó lejos del área. Cuando a ella entró, por poco encuentra el gol en coordinada zambullida. Sensible fue la ausencia de Edwards Jiménez, el goleador suspendido.
El empate se valora por su importancia. Eso sí, queda la sensación de que  el Once Caldas pudo ganar para sacudir la supremacía de Equidad y poner freno a tanta habladuría y tantas tonterías sobre la paternidad histórica del rival. Había material para ello.