Pablo Mejía


Definitivamente los caldenses somos negados para promocionar nuestros atractivos turísticos. No nos dicta, como decía mi madre. Hace un tiempo conocí una publicación que distribuyeron en Manizales con motivo de la celebración del centenario de la ciudad, en el cual resaltaban, entre otros, la recién construida carretera hacia el nevado de El Ruiz, por la ruta de los termales, la misma que auguraban como el detonante para convertir la región en un destino turístico internacional. Hoy, después de 63 años, la vía es apta solo para vehículos de doble tracción, cuando los derrumbes permiten el paso, y el hotel departamental localizado en la zona de las aguas termales es una casona abandonada que está a punto de caerse.
Durante nuestra niñez esa carretera todavía era transitable y con regularidad nos llevaban allá el domingo a disfrutar las medicinales aguas. Empacábamos el vestido de baño y salíamos felices por la vía que serpentea a través de un majestuoso bosque de niebla, y al llegar nos tirábamos del carro para cambiarnos y meternos a la piscina sin demora. Cuando ya teníamos los ojos rojos por el calor y el azufre de las aguas, mi mamá nos llamaba para que nos vistiéramos y disfrutáramos una deliciosa arepa con mantequilla y queso, acompañada de una humeante taza de chocolate. Cierta vez llegamos y nos lanzamos a la piscina güetes de la dicha, pero al momento mi mamá vio a un viejo que presentaba una llaga purulenta en la barriga y muy campante la remojaba sentado en una escala de madera que tenía la alberca. Nos hizo salir de inmediato, a pesar de nuestras quejas, e iracunda le metió tremenda empajada al personaje por asqueroso y desagradable, y nos trajo para la casa sin pasar bocado.
Tengo una foto donde aparecen mis padres y algunos tíos y tías, en el nevado de El Ruiz, enfundados en ropas de invierno y con equipos de esquí. Porque entonces existía un refugio cómodo y agradable, tipo chalet suizo, y un cable que subía a los esquiadores hasta la parte alta de la montaña para que descendieran por la pista mientras practicaban el exótico deporte. El cable desapareció hace mucho tiempo, el refugio se quemó en la erupción del volcán en 1985 y de una vez desapareció buena parte de la nieve que cubría la montaña; el resto se ha derretido gracias a las "mejoras" que le hemos hecho a nuestro planeta. Imagino si en la actualidad tuviéramos allí una estación de esquí, donde turistas de todo el mundo vinieran a disfrutar de esa maravilla natural.
Hace poco nos fuimos con un grupo de amigos a pasar el fin de semana a Salento, en el departamento del Quindío. Un pueblo que no tenía mucha gracia, con una actividad económica limitada, se convirtió de la noche a la mañana en un verdadero fogoncito turístico. Atraídos por el Valle de Cocora, los visitantes buscan alojamiento en infinidad de hostales, hoteles, pensiones y demás albergues que hay en la localidad. Para todos los gustos y bolsillos, se distinguen por la amabilidad de sus dueños y la excelente atención que ofrecen al huésped. En la plaza principal los negocios adecuaron carpas en la calle para albergar los clientes y en la noche se forma una parranda general.
A pesar del clima lluvioso y frío disfrutamos la tertulia popular hasta bien tarde, con detalles tan originales como que la hielera del negocio era una bacinilla; eso sí, nos juraron que no había tenido otros usos en el pasado. En el hotelito que escogimos, limpio, cómodo y agradable, por cincuenta mil pesos la noche nos dieron además un delicioso desayuno con calentado de frijoles y huevo frito encima, arepa con mantequilla, queso y chocolate. El que pida más… En ese pueblo todo el mundo vive del turismo: transportan gente, venden artesanías, atienden en un restaurante, cuidan carros, trabajan en un hotel o cualquier otra actividad relacionada.
Otro día iba con mi hijo para Pereira, y como sé que me heredó ese gusto por conocer trochas y pueblos, le propuse que nos fuéramos por Marsella para que viera esa belleza de región cafetera que nos comunica con el vecino departamento. Desde Chinchiná hasta Marsella la carretera tiene apenas unos cortos tramos en buen estado, pero la mayoría del camino está en muy malas condiciones; sobre todo al pasar el río San Francisco, donde empieza Risaralda, el camino se torna casi intransitable en algunos pasos. Pero llega uno al pueblo y se topa con una belleza de plaza principal, con las casas de balcones pintadas de llamativos colores y una bonita iglesia que tutela el lugar. Allí también han convertido el parque principal en lugar de reunión y supe que los fines de semana son muchos los visitantes.
Porque de allí a Pereira la carretera está en perfecto estado y el paisaje hacia el Valle del Risaralda es impresionante. En el recorrido encontramos paradores, restaurantes y mecatiaderos, y vallas donde promocionan el Paisaje Cultural Cafetero. Y nosotros con un entorno igualito al de Cocora, en la región de Gallinazo, y un pueblo como Salamina, sin duda uno de los más bellos del país por su arquitectura, y el turismo sigue en pañales. Aquí el programa es llevar el visitante a Santágueda a ver bañistas en narizona.
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