César Montoya


En política todo tiene su espacio. Quien en ella actúa debe saber de los tiempos para los distintos itinerarios, conocer el asedio de las "circunstancias" y priorizar el dónde, el cómo y el cuándo es inevitable su presencia y también cuándo y por cuánto tiempo debe pasar a una discreta penumbra. Los grandes personajes de la vida nacional han sido maestros para poner la cara y astutos para evadir responsabilidades. La diplomacia es la gran celestina que sirve de refugio a los estrategas que se mueven en la farándula pública.
Cansa la agitada vida electoral. Los compromisos que se adquieren están ahí -presentes- y presionan los intrigantes para que se cumplan las promesas. Timbran los teléfonos, llegan las cartas, asedian los intermediarios, fatigan las esperas, y todo ese cúmulo de tensiones colocan contra las cuerdas al político. Más si está en contra del vencedor. Quien paladea las mieles del gobierno puede evacuar, con relativa facilidad, las demandas de los electores. Pero quien transita por los peladeros de la oposición, mantiene en ascuas los nervios, se esconde, simula enfermedades, inventa excusas para justificar su inoperancia, incumple las citas y todas esas adversidades lo mantienen al borde de un colapso cardíaco.
¡Pobre político! ¡Es el tramposo del paseo! En cada pueblo en donde es sensible su influencia, siempre habrá desagradecidos. Hablarán pestes de él, le inventarán defectos, le adjudicarán delitos, asegurarán que mete las manos en los contratos para llenar los bolsillos, denigrarán de su familia y las malas estaciones del tiempo también las cargan a su cuenta.
El político es el responsable de todo lo malo que ocurre en el país. Él siembra la violencia, atiza las explosiones sociales, es el codicioso que se opone a los salarios justos, nada hace en beneficio de sus seguidores, le vigilan con ojos de cancerbero su vida privada, y a diario lo encaraman en una afrentosa picota.
Me he salido del tema. La imaginación, loca ingobernable, es la culpable del desvío de este escrito. Primero, lo primero. Tenemos los colombianos dos inmediatos compromisos electorales. La elección de los parlamentarios y poco después la del Presidente de la República. Se está haciendo una mezcolanza de los dos propósitos, olvidando la priorización que deben tener estos eventos democráticos.
Primero, ya, se debe sufragar por el nuevo legislativo. Todos los departamentos tienen intereses básicos que buscan satisfacerlos con la escogencia de quienes habrán de representarlos en el Congreso. Aquí, en Caldas, hay candidatos para todos los gustos. Hombres, mujeres, intelectuales, jóvenes ambiciosos, oradores de palabra fácil, caballeros de empresa, unos con mentalidad provinciana y otros con alas caudales para arropar con ellas las ansiedades del país. Este parlamento que se elige ahora, tendrá la responsabilidad histórica de desarrollar legislativamente los acuerdos que se pacten en La Habana.
La campaña presidencial vendrá después. Será ese otro estadio de mayor envergadura, con valores trascendentales en juego. Quien resulte electo, con su firma, rubricará la inmodificable voluntad de paz que tenemos los colombianos.
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