Cristóbal Trujillo Ramírez


Cada prólogo del año escolar trae para los alumnos cantidad de expectativas: ¿quiénes serán mis compañeros de curso?, ¿quién será mi tutor de grupo?... vuelvo a ver a mis compañeros de curso; ¿quiénes serán mis maestros en cada área?, y así, se aumentan las preguntas ante los sentimientos, las pasiones, los miedos, las necesidades y esperanzas. Para los maestros y directivos el año escolar se ha tornado en un verdadero drama; desafortunadamente, lo ilógico de la política educativa nos ha puesto a preocuparnos más por los que "no llegan" que por los que se han matriculado y esperan de nosotros un efectivo acompañamiento en su proceso formativo, ¡cuántos docentes sobran, si se llevan o no al coordinador, cuántos grupos clausuran, si cierran la sede, si liberaron al coordinador, en fin, tantas tensiones administrativas que van en contravía a la esencia pedagógica de la escuela; la cuantificación de los procesos escolares mediante el absurdo de las relaciones técnicas se ha convertido en un verdadero galimatías, que trunca esa hermosa poesía de abrir la escuela en un nuevo año.
Pero, en medio de estas circunstancias y tensiones es importante asumir el nuevo año escolar en el marco de la observancia de unos presupuestos pedagógicos, si no mínimos, por lo menos básicos: tenemos que preguntarnos, padres y maestros, ¿cuál será la respuesta que le daremos al niño, cuando nos pregunte, ¿por qué tengo que ir a la escuela? Usualmente se les ha contestado: no pregunten bobadas; algunos más considerados y prudentes han dicho: porque es tu deber; y algunos pocos más reflexivos: porque tienes que ser alguien en la vida. Pues bien, considero que una pregunta tan inteligente merece una respuesta más juiciosa, más pensada y pertinente, es de tal trascendencia la inquietud que ya el pedagogo alemán Von Hentig le escribió veintiséis cartas a un sobrino que le hizo esa pregunta tan cargada de lógica, al terminar sus vacaciones de verano.
Todos los actores de la vida escolar tenemos que buscar, permanentemente, argumentos que respondan por el sentido de la tarea que hacemos,"la escuela tiene que estar en simbiosis permanente con la vida", nos afirma ciertamente, el gran pedagogo y maestro Miguel Ángel Santos y, a propósito de esta categórica afirmación, cuenta una maravillosa anécdota que sucedió en una escuela argentina y que ilustra esta preocupación: una maestra le pide a los niños que escriban en un hoja cuál es su juguete preferido. Los niños lo hacen, diligentemente. Cuando han terminado, la maestra añade una segunda demanda:
- Ahora, vais a escribir debajo del dibujo de vuestro juguete preferido el nombre del niño o de la niña con quien os gustaría compartirlo. Todos realizan la tarea. Escriben el nombre de un amigo, un hermano, una prima, un compañero de clase… Todos, menos una niña que le susurra a su compañera de pupitre:
- Yo no quiero escribir un nombre. Yo no quiero compartir el juguete con alguien.
La amiguita, le dice, también, al oído, aplicando las leyes de la lógica escolar:
- Hazlo, tonta… ¿no ves que es solo para la maestra?
Esta anécdota nos deja una gran enseñanza, porque en ocasiones la escuela está separada de la vida y la vida de la escuela; parece que estas dos dimensiones no se movilizan en la agenda común; una, es la agenda de la escuela y, otra, muy distinta, es la agenda de la vida, y mientras eso ocurra, las lógicas de la escuela no tendrán sentido y la tarea escolar no logrará responder asertivamente las demandas de la existencia. Unas son las preguntas de la escuela y otras muy distintas las preguntas de la vida; pero, lo más grave no es esa divergencia temática, la gravedad esta en qué es lo importante y qué es lo urgente; lo que usualmente vivimos es que para el estudiante es urgente contestar exitosamente el cuestionario de la escuela, porque necesita ganar el año; así esos "aprendizajes no sean significativamente importantes". Las cuestiones de la vida esencialmente importantes las dejamos pendientes, es decir, el afán de ganar el año no deja tiempo para ganar la vida.
Al iniciar este año, invito a todos los maestros y directivos para que nos interroguemos por el sentido de la escuela, para que no dejemos volver rutinaria la agenda escolar y que lo que hagamos este año, no sea lo mismo que hicimos el año pasado. Son momentos distintos, situaciones diferentes, estudiantes diversos; son preguntas nuevas que requieren respuestas innovadoras. Así mismo, enaltezcamos el maravillosos regalo que nos hacen Dios, la sociedad, la familia y el Estado, al proveernos de una escuela, al facilitarnos la escolarización; expliquémosles a los niños que este bien preciado merece ser colocado en un lugar muy especial en el altar de nuestro corazón, no todos los niños y jóvenes de Colombia, hoy, están en la escuela; son muchos quienes por circunstancias económicas, sociales, o políticas, no están donde tendrían que estar...en el seno de una escuela. A ellos mi consideración y mi voz de esperanza para que un mañana les prodigue mejores realidades y noticias.
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