Guillermo O. Sierra


Sueño un mundo, mejor, un gran espacio en este planeta en donde les enseñemos a los niños que hay tantas palabras como colores nos podamos imaginar; y que hay tantos pensamientos porque la vida es para que de ella broten las palabras, así como emergen las sonrisas, la imaginación, la imprudencia, de todos esos "locos bajitos". Un enorme espacio en que les digamos que la verdad existe, la belleza existe, y el amor nace del corazón. Un mundo ideal. Lo sé. Pero por qué no lo soñamos juntos y hacemos que exista; así como tantas veces, muchos soñamos que la vida es eterna y que un día de no muy remota música, aprenderemos a crear paraísos terrenales en donde todos estemos.
Pero, bueno, la vida es otra. Hemos construido un mundo en el que pareciera que los niños no tienen cabida. Nos esforzamos por enseñarles que las ciudades son peligrosas, que no pueden estar solos en las calles, lo que implica que no se pueden mover y terminan, por lo tanto, no desarrollando su autonomía (y eso que en la Constitución Política de Colombia, art. 16, se expresa que "todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad, sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás y el orden jurídico). Los traemos a un mundo en donde les tenemos preparado casi todo; hoy por hoy, los niños lo saben casi todo, y les limitamos la maravillosa aventura de la curiosidad, del descubrimiento, de las grandes oportunidades que de por sí trae el arriesgarse, y les minamos el placer de hacer las cosas por sí mismos.
¿Que hay crisis de valores en las sociedades actuales?, quizás sea así. Pero, qué tal si pensamos que si los adultos les imponemos casi todo a esos "locos bajitos" ¿qué posibilidades tienen ellos de construir sus propios valores y reglas, sus propios límites?
Recuerdo que hace pocos años estuvo por esta nuestra ciudad ("tan peligrosa") Francesco Tonucci, un psicopedagogo italiano que nos vino a hablar del papel de los niños en el ecosistema urbano. Se ha dedicado a investigar sobre el desarrollo cognitivo de los niños, su comportamiento y la relación que se da entre sus propios aprendizajes y la educación. Esto le sirvió para montar un gran proyecto que denominó Ciudad de los niños, cuyo propósito era construir una ciudad que tuviera como marco principal de referencia a los niños.
Siempre le entendí algo así como por los niños, todo. Y si algo deben tener los niños tienen es libertad, al fin y al cabo como lo ha repetido incesantemente el mismo profesor Tonucci "la libertad es el único camino hacia la prudencia." Me parece que ésta sería una forma ideal de recuperar la seguridad en las calles, la responsabilidad en los compromisos, el reconocimiento de los límites, la autonomía en el pensar y en el obrar, la precisión de las palabras y la relevancia de la conversación. En pocas palabras, por los niños, todo, porque ellos nos devuelven la vida.
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