Alejandro Samper


Dice Gabriel García Márquez, que esta semana cumplió 85 años, que el periodismo “es el oficio más bello del mundo”. Y si uno ve sus escritos de corte periodístico (Crónica de una muerte anuncia, Noticia de un secuestro), o los de Ryszard Kapuscinski (El Emperador, Ébano), o las crónicas taurinas de Antonio Caballero, o las opiniones del periodista deportivo Santiago Segurola, o los artículos recientes de Juan Gossaín en El Tiempo, o los entretenidos documentales de Michael Moore o Morgan Spurlock... tal vez sea cierto.
Estos personajes -que ya son personajes- pueden, por placer o por oficio, dedicarse a estos trabajos extensos, intensos, detallados e increíblemente sensibles. Nos abren los ojos, nos sacuden y muchos de ellos son “bellos” (con todo lo subjetivo que entra en esta palabra). Los lectores lo disfrutan y se entretienen.
A diferencia de los periodistas, los empleados de oficina tienen -según un informe de la revista Forbes de noviembre del año pasado- uno de los trabajos más aburridos del mundo. Entre el gremio entran los empleados de notaría. Mientras los periodistas deben caminar las calles, buscar historias y hablar con la gente, los notarios sellan, autentican y almacenan (original y copia) documentos de toda índole. No exagero, en portales como superjobs.com la gente calificó el periodismo como uno de los trabajos más excitantes con un 96%, y el 73% votó que entre los más malucos está el de oficinista. Tranquilos, el peor trabajo del mundo, según reportó el periódico Daily Telegraph es el de ver cómo se seca la pintura en la pared. Créame, pagan por ello.
Lo triste de esto es que actualmente, y como dice el editor de LA PATRIA, Fernando Alonso Ramírez, en Colombia estamos haciendo “periodismo notarial”. Es decir, si una información no es publicada en un medio, el grueso de la ciudadanía -y las mismas instituciones- no la dan por veraz o auténtica. Lo comprobé con la tragedia de Cervantes: los organismos de socorro y la Alcaldía daban datos de la emergencia, pero solo hasta que LA PATRIA o Q’HUBO la publicaban, la comunidad la creía.
¿Acaso la palabra de estas personas no es válida? Desafortunadamente, no. Ya pocos confían en la palabra de los funcionarios públicos y los informes y balances que presentan. Esta semana, por ejemplo, el senador Jorge Enrique Robledo participó en un debate en el programa Hora 20 sobre la Ley de restitución de tierras. Los documentos con los que él sustenta sus argumentos, dice, no son solo informes de diferentes organizaciones sino también artículos de prensa. No cree en lo que digan sus colegas, porque de sus oficinas “solo salen números”. ¿Nada confirmado, nada verificado?
El concejal conservador Luis Gonzalo Valencia González, en el marco del debate de la exoneración de impuestos municipales al Once Caldas S.A., dijo que si había concejales con conflictos de intereses “sería muy bueno que LA PATRIA nos dijera quiénes son”. ¿Acaso ellos no lo pueden hacer de buena voluntad para que la comunidad sepa quiénes son sus representantes? ¿Por qué no pueden decir libremente en qué negocios están metidos? ¿Por qué quieren esperar a que les abran investigaciones y sean sancionados?
No lo hacen porque no les creen. Además, lo más seguro es que mientan.
Y es que ni a los notarios públicos, personas envestidas por la ley de la capacidad de dar fe pública sobre los actos y documentos que conozca en ejercicio de su función, se les puede creer. El miércoles de esta semana, en el Noticiero RCN, mostraron el caso de un alcalde al que destituyeron por corrupto en la Costa Atlántica y la evidencia fue el pacto de repartirse los puestos políticos que se autenticó en una notaría. ¿Por qué el notario no denunció eso?
El “oficio más bello del mundo”, en últimas no es tal. ¿Excitante? A veces. ¿Difícil? De pronto. ¿Bello? Tal vez lo fue, en algún romántico momento. Hoy se hace oficio de notario; con la diferencia de que no se gana tanto como en una notaría.
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