John Harold Giraldo Herrera


Siempre me he preguntado cuál es la cosecha cuando se celebra algún cumpleaños de la ciudad donde nací. Hoy parece ser que la cosecha se acabó a falta de un buen vivir por el café, incluso se culminó porque ese nombre con el que se reconocían las fiestas aniversarias de la Perla del Otún, ha quedado en manos de otro municipio que lo patentó. Pero hay otras cosechas, por primer vez se tuvo en este sesquicentenario de la ciudad unas celebraciones que combinaron una programación muy diversa: cápsulas del tiempo para rememorar el pasado de varias de las comunas, como también para sembrar futuro, variada oferta cultural y un sentir de los ciudadanos por no pasar en alto estar cumpliendo 150 años.
Por otra parte, la ciudad sin puertas, se ha abierto a una serie de reflexiones sobre su vocación, y tal parece ser se gesta una idea de convertirla en una sociedad del conocimiento, producto de generar proyectos tan importantes como la Red de Nodos, o Los círculos virtuosos, o La movilización social del conocimiento; todos ellos apuntándole a colocar la tecnología como parte del desarrollo y en propiciar una transformación social.
Pereira entonces está de película. Sus 150 años la engalanan y la han convertido en un centro de atención. Ha sido un pretexto y una oportunidad para re-pensarnos, como también un momento de retomar acciones que como el civismo la convirtieron en una sociedad pujante. Que se haya –aunque con costos muy elevados- re-estructurado el símbolo mayor: El Bolívar desnudo, ha permitido considerar de nuevo que esta es una ciudad libertaria, por sus ideas y gestas, por la idea de asumir una crisol de culturas, aunque también ha condenado la diversidad, sin embargo, ha sido progresista.
Muchos han manoseado a Pereira, le han quitado su prestigio, algunos politiqueros sacian sus intereses y han boicoteado a una ciudad de gente amable, solidaria, creyente en su capacidad. El desarraigo quizás sea una consecuencia de ello, muchos se han ido a buscar sus sueños por fuera, pero acá retornan y plantean sus metas. Esas son escenas de terror y tensión que hemos vivido, como también de comedia, por el cinismo de muchos que aún se apertrechan en sus atriles de poder, pero la gente comprendió cuál es su poder.
La ciudad ha mutado, eso lo sabemos y parece que su identidad se encuentra en duda, se quitaron las cantinas, se borraron muchos cafetales, desaparecieron los árboles de los parques, y a cambio tenemos muchos centros comerciales. A los indígenas que quedan se les rinde culto pero en postales, cuando de su legado y riqueza podríamos aprender. Del pasado, aquellos ancestros Quimbayas se han llevado los museos, no obstante se reconoce su importancia así sea en libros.
Nos agobia el desempleo y la desigualdad. Eso es muy sabido, esa sí que es una escena de mucha maldad. Los esfuerzos han sido fallidos, pero se cuenta con la resiliencia y la capacidad para sobrevivir. Pereira es una contradicción, refleja esperanza en medio de la desolación. Sus 150 años han sido objeto de tributos, libros, recordar hechos como la película Nido de cóndores, o que una mujer fue la primera en hacer un papel en la notaría o que acá hubo una huelga inmensa de mujeres trilladoras, o que tenemos una historia de más de 10 mil años, o que estas tierras fueron dadas como fruto de un pago político. Que la ciudad se pensó desde la masonería, en fin, pero acá lo más importante es su gente, la que día a día se levanta, con sueños e ilusiones, con deseos de salir adelante, de progresar.
Son 150 años, un feliz aniversario, que sigas sin puertas y que tú trabajo te saque de la pobreza. 150 años de una ciudad viva, con fuerza, tenacidad, dispuesta a seguir escribiendo en la historia páginas de enaltecimiento. Un feliz cumpleaños, y que la felicidad del festejo, no impida pensar y creer en otras ciudades posibles por habitar en lo que se materialicen nuevas cosechas para las mayorías.
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