Andrés Hurtado


Estábamos en la puerta de entrada al Parque de los Guácharos, en la vereda La Mensura. Soy ferviente admirador de los campesinos, mejor dicho los quiero y tengo por ellos sumo respeto. Ellos nos dan la comida y son los ciudadanos más olvidados en los planes del gobierno. La señora de la finquita donde bajamos los morrales a la espera del arriero Joaquín, nos atendió con bíblica hospitalidad. Fotografiamos sus niños lindos y le prometí llevarle las fotos. Siempre les he cumplido a los campesinos, tanto en las montañas como a los indios en la selva.
Quiero hacer un emocionado y respetuoso recuerdo de una serie de artículos míos en LA PATRIA. Corría el año 1982 y yo escribía todos los días en el periódico. Narraba, igual que ahora lo hago los jueves, mis viajes y aventuras. Fui invitado a visitar Gorgona que estaba ya en trámites para dejar de ser isla prisión y convertirse en Parque Nacional. Por algún error de juventud estaba allí un muchacho de Manizales, estupenda persona y lo tenían albergado solo en una cabaña aparte, donde ahora están los equipos de buceo para los turistas. La alegría cuando me vio fue inmensa, y lo primero que hizo fue mostrarme la serie de artículos que yo había escrito para LA PATRIA sobre un viaje al Darién. En ese tiempo el Darién era un paraíso que luego se volvió un infierno por los narcos y sus sembrados. Y yo lo describía como fue para mí, un paraíso. Conviví con los indios Cunas (o Tulas) de la reserva de Takarkuna, conocí los últimos coletazos de la saga de los raicilleros que se internaban en las montañas que nos separan de Panamá y traían la raicilla, que era enviada a Alemania para la elaboración de medicinas, conocí a doña Margoth Calle de Muriente, espléndida matrona, adorada por todos los indios y negros de la región. Pues bien, el muchacho de mi historia, tenía toda la serie y me decía que en su soledad leía y releía los relatos que lo hacían soñar y olvidar su situación. Sé de lectores que coleccionan los artículos y a bastantes les han servido de guía para repetir las excursiones que yo hago por Colombia. Lo sé porque me llaman para que les complete las indicaciones.
Llegó Joaquín en compañía de Yineth Anacona, amable mujer que nos haría la comida durante nuestra estancia en el parque. Ellos se fueron adelante. Desde la Mensura hasta las instalaciones del Parque son 8,5 kilómetros que se recorren en unas tres horas y media; nosotros, sin prisa, admirando los paisajes, haciendo fotos y conversando con los campesinos tardamos cuatro. En La Mensura comienza un camino, no apto todavía para vehículos. Lo transitan a pie los campesinos o en sus cabalgaduras y los visitantes del Parque. Y aquí viene nuestra tristeza. Potentes buldóceres trabajan ampliando el camino para habilitar una carretera. Aunque era verano todavía había bastante barro del reciente invierno. La carretera llega ya casi hasta la entrada misma del Parque y ha servido para que campesinos del Caquetá, desplazados por la violencia, se vengan a talar el bosque, abrir fincas y sembrar café, granadilla, lulo, mora y pitahaya. Estos sufridos colombianos sencillamente están atentando gravemente contra los todavía intactos bosques del Parque y de seguir adelante los bulldóceres y ellos y los amigos que advertidos llegan todos los días procedentes del Caquetá, van a acabar con el Parque.
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