Álvaro Marín


Mucho antes de la aparición del furor delirante de las redes sociales, el género humano ya estaba dividido en dos categorías muy bien delimitadas en materia de opinión. De un lado, encontramos a quienes reducen los asuntos verdaderamente importantes al plano de la trivialidad, es decir, consiste en no otorgarles trascendencia alguna; en la otra orilla se sitúan quienes llevan cualquier extravagancia a impensables grados de profundidad, relevancia o complejidad. Dicho en palabras más simples, siempre han prevalecido esos extremos de simplificación y truculencia, visiones tan perniciosas como destructivas, que no admiten la controversia civilizada ni mucho menos posiciones neutrales o razonables en el debate de las ideas.
El panorama anterior perfila el inexpugnable territorio de los sentimientos subjetivos y las interpretaciones acomodaticias, en cuyas arenas movedizas se confrontan y oponen secularmente generalidades históricas, políticas, filosóficas y jurídicas, entre tantas otras. Dígalo, si no, la postura irreconciliable entre bolivarianos y santanderistas; entre los defensores de la objeción de conciencia y del libre desarrollo de la personalidad; entre los teóricos de la ira y el intenso dolor y los doctrinarios de la premeditación y la alevosía en el frágil terreno del código penal. En fin, son apenas referencias que hacen un bosquejo del choque de criterios sobre verdades reveladas e incontrovertibles.
Hoy, merced a la tecnología apabullante de los medios de comunicación, padecemos una sobrecarga de información que acentúa la pugnacidad de los ciudadanos en torno a los sucesos cotidianos. Se ha instaurado un nuevo dogmatismo electrónico que, en vez de fomentar el intercambio de opiniones, sirve de combustible para profundizar la polarización y alimentar el extremismo político -equivocadamente llamado ideológico-. Ya no hay interlocutores, solo contradictores, en lo que puede denominarse una patética red de odios y resentimientos.
Pese al diluvio de noticias buenas, regulares y malas, cada día sabemos más y entendemos menos. El exceso de datos puede ocasionar una especie de disfunción cerebral donde el buen juicio y el buen gusto, el sentido común y el lenguaje correcto son las primeras víctimas. Tal vez allí se agazapa el leitmotiv de la actual civilización del bla, bla, bla, de la cháchara insulsa bajo cuya inspiración y desparpajo todos los ciudadanos se transforman, ipso facto, en periodistas, analistas, escritores, politólogos, economistas, adivinos, poetas, internacionalistas, técnicos de fútbol, ecólogos, urbanistas, cuentachistes, ‘reinólogos’ o sexólogos. Por lo general, estas caricaturas en línea suelen ir ‘inmortalizadas’ junto con lo que sus propios autores consideran -sin ninguna modestia- sentencias, aforismos, frases lapidarias y pensamientos célebres. Ya lo había advertido Eisntein al decir que hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana.
En estos tiempos, en los que es más fácil ser crítico que ser honesto, las redes y los medios de la llamada comunicación social se han transformado en sitios en donde se puede dar rienda suelta al fuego cruzado de la intolerancia, de las condenas exprés sin ninguna fórmula juicio, de los radicalismos irracionales que componen el vasto catálogo virtual de la intransigencia.
Así las cosas, podemos concluir que ya fueron ampliamente superados los pronósticos hechos por algunos grandes pensadores que avizoraban con alarma la postración de la humanidad ante las nuevas tecnologías. Asistimos, por lo tanto, a la orgía de una moderna incontinencia verbal que le rinde culto al individualismo y a la cultura de lo superfluo.
No acabamos de crear conciencia alrededor de la contaminación ambiental, merced a los desperdicios industriales, cuando ya nos vemos obligados a concebir estrategias para mitigar con eficiencia la amenaza que representa la carga insostenible de la basura cibernética que arrojan tanto las pasiones en serie como las trivialidades en línea.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015