Óscar Dominguez


Mi mantra o conjuro para convocar la buena suerte consiste en arrancar el año hablando de ajedrez. El truco me ha funcionado. Lo hago en febrero, mes bonsái que se crece cada cuatro años. Es un mes que no tuvo infancia, como Don Fulgencio. Tampoco niñez, como Homero Simpson.
Aprendí brochazos de latín y ajedrez a un rosario de Manizales, en el seminario La Linda. Pessoa dijo que valió la pena vivir solo por ver pasar el viento. Diría que valió la pena vivir para jugar ajedrez. Por eso regalo ajedreces... hasta en una boda. O en unas exequias.
En este contexto, como dicen ahora en la televisión, volví a ver a un colega en el jurásico juego. Nos dimos abrazo de boa y pulpo juntos. No nos veíamos las arrugas desde hace 45 años.
Con él compartí jaques y mates en el Medellín de los años sesenta, la década en la que sucedió todo.
Quedamos segundos. Desde entonces supe que el segundo es el primero de los derrotados. Con los segundos pasa como con los vicepresidentes: la historia los olvida. Por eso estimo que Vargas Lleras no le jalará a ser el Angelino Garzón en el segundo mandato de Santos.
Mi viejo amigo ajedrecista y yo coincidimos en que ese deporte regala momentos irrepetibles, como el primer amor. También nos depara ratos de frustración, entendida ésta como la cara oculta del éxito, si aprendemos a capitalizar los reveses.
Empecé bien el año pese a que sufrí una primera aparatosa derrota en ajedrez en una partida que jugué contra el maestro Jaime Ossaba, de Envigado. Fue una partida rara como la mirada de un voyerista.
Abandoné el café envigadeño donde nos mechoniamos con el bobo alborotado, como acabado de salir de vespertina.
P’acabar de ajustar, cuando pasé por el parque de Envigado por poco me condecora una paloma “desde la comba altura”. Pensé coger un bus a cualquier parte para rumiar mi derrota. Me sentía vecino de ninguna parte.
Pensando pensamientos llegué a una conclusión que tímidamente me atrevo a revelar: mi rival me enyerbó. O me echó algún polvito. (Escrito está: desde que las disculpas se inventaron el gato no come queso).
A sus ochenta y pico de años, Ossaba nunca perdió la calma. De pronto se puso más cacheticolorado que de costumbre. Entonces deduje que lo tenía contra las cuerdas.
No había tal. Me aplicó toda la maquinaria, incluida una extraña pregunta: ¿Será que está lloviendo en Cafarnaún? Caí en la trampa, me distraje, y empecé a jugar con la estrategia de un jugador de dominó.
Un amigo que me encontró achilado por la derrota me regaló este consejo de Kipling: “Olvida tan pronto tu victoria como tu derrota".
Bueno el consejo. Los hay peores. Es bueno sobre todo si lo que hay que olvidar pronto es la victoria. La derrota es más difícil de batutear. Le cambié la enseñanza de Kipling por esta de Greta Garbo: para ser felices hay que tener buena salud y mala memoria. No me queda otra alternativa que olvidarme de mi primera paliza del año. Y pedir revancha. Tenete fino, Ossaba.
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