Esteban Jaramillo


Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá
“Cuevero” como lo llamaban los de antes. Defensa centro grande, mandón, rústico, con voz de trueno. Alineaba al lado de Sarnari, Tévez, Miguel Basílico, Cuqui López, Gómez Voglino, otrora estrellas del medio futbolero, venidas del exterior, y Daniel Samper Pizano, su entrañable amigo, en partidos de exhibición que atraían la curiosidad y la simpatía del pueblo que lo amaba.
Fue, además de futbolista, torero, enfrentando vaquillas en tientas a las que asistía con temerario ímpetu; acróbata, paracaidista audaz, pedalista, cantante con voz sin melodía; animador, actor, entrevistador y piloto. Amaba los carros de colección como a Santa Fe, su segunda piel, la razón básica de su andadura deportiva apasionada. En Manizales corría, como estrella invitada, el circuito ciclístico de la Feria, desparramando simpatía, en alternancia con su pasión taurina.
Personaje sin duda Pacheco. Cómo no recordarlo si su vida de novela estuvo ligada a la nuestra. Murió en silencio, sin cuentas pendientes con nadie, en un autoexilio premeditado, mientras se cerraban lentamente ojos y oídos de su multitudinaria audiencia. Su simpleza oral estuvo siempre en concordancia con la idolatría ferviente de sus televidentes.
Me consta, porque fui un fiel consumidor de sus entrevistas, las que periódicamente se reemiten por los canales oficiales, que nunca fue más importante que el personaje que enfrentaba, ni su fama rebasaba, en intensidad periodística, los hechos que relataba con su coloquial estilo. Extractaba de sus invitados confesiones inéditas, en amenas conversaciones convertidas en piezas de periodismo sin rebusques, con lucidez extrema.
Fui, como millones, amigo a distancia de Pacheco. Amigo de esporádicas charlas, de un café, de bromas, de saludo, de fútbol. En su lejanía cuando ya no transitaba por los ruidosos caminos del éxito y la fama, compartía con nosotros encuentros aislados en la radio, en los que no ocultaba su desazón cuando la rutina de los malos resultados atentaba contra su querido Santa Fe, o brotaba lágrimas de felicidad infinita como en el último título, el del 2013. Pacheco murió como goleador en la vida, como ganador, como ídolo, como amigo y caballero. Cómo olvidarlo.
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