María Carolina Giraldo


Empezaron las negociaciones de paz en el mismo ambiente de polarización que ha acompañado al país en los últimos años. Nuevamente, resulta difícil encontrarnos en un asunto tan complejo e importante como el de sentarnos a oír a un actor clave de nuestro intrincado conflicto. Una vez más estamos sin consenso sobre la búsqueda de alternativas que nos permitan ir trayendo a algunos actores hacia la legalidad, y así construir la paz, no con un acuerdo sino como un proceso.
Uno de los principales enemigos de estas negociaciones es una idea utópica sobre el acuerdo de paz. Da la impresión que muchos entienden este proceso como el fin de todo conflicto, la realización de un estado de no controversia con el que se logre esa patria sin violencia con la que todos soñamos.
La violencia en este país tiene causas mucho más complejas que las Farc. Para los colombianos es de común entendimiento que el conflicto no empieza ni termina con este grupo armado. Sin embargo, y aún usando esta misma lógica, nos resulta difícil entender que la desmovilización de esta guerrilla no sea la terminación de la violencia, así como la muerte de Pablo Escobar no significó el fin del narcotráfico.
En este escenario de poca claridad sobre los alcances de un acuerdo de paz y altas expectativas sobre lo que pueda implicar el fin de las Farc, la incertidumbre y el escepticismo también se alimentan de los desilusionados. Todos, en mayor o menor medida, en algún momento de nuestra historia, hemos creído y apostado por la posibilidad de una paz duradera y estable. Sin embargo, han sido más las promesas incumplidas y los abusos bajo la sombra de un bien tan preciado. Así también, tienen eco los celos de aquellos que no se sienten protagonistas de este proceso y pretenden torpedearlo por el simple hecho de no estar en la foto.
Con la claridad de que el fin de la violencia de las Farc no implica el cese del conflicto, encuentro dos aspectos positivos de este proceso que acaba de empezar. El primero, es que una posible desmovilización de este grupo guerrillero sí representaría el fin de la idea de la revolución armada. Esto implica que las condiciones democráticas que ofrece el país permiten que todos los espectros de las ideologías políticas participen en la deliberación pública, sin necesidad de recurrir a la violencia.
En segundo lugar, la consolidación de un acuerdo puede convertirse en un importante símbolo. En un país tan aporreado por la violencia, finalizar con éxito un proceso de paz permitiría levantar la moral colectiva de una sociedad que necesita hechos reales de reconciliación.
Sin embargo, para que este proceso de paz parcial sea positivo y constructivo es fundamental que se respeten los derechos de las víctimas a la reparación y de todos los colombianos a la verdad y a la justicia, de manera tal que podamos sanar las heridas que ha dejado este fallido intento de revolución. La humanidad ha avanzado tanto en estos procesos de justicia transicional que ya se tiene conocimiento amplio y documentado de que la impunidad no construye paz, solo genera odios y resentimientos que multiplican la violencia.
* Término utilizado en Twitter por @elchiflamicas.
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