José Jaramillo


Antes de que el escritor y tribuno de Aranzazu, que hizo en su columna semanal de LA PATRIA el jueves pasado su recorrido por los fecundos territorios de los oradores conservadores de la época grecocaldense, caiga en los peladeros del hogaño estéril, aprovechando la época preelectoral, vale la pena evocar las voces políticas liberales, lejanas y cercanas en el tiempo, que adornaron curules y balcones en las turbulentas épocas de la confrontación sectaria entre liberales y conservadores, y más acá en los estériles territorios del clientelismo, cuando las expresiones políticas se midieron sin la intensidad de las ideas, porque otros intereses más prosaicos las inspiraban.
A finales del siglo XIX, en la plenitud del radicalismo liberal, ateo, masón y comecuras, según Bernardo Restrepo, jefe natural del conservatismo, José María Vargas Vila, rebelde y volteriano, dijo en el entierro de Diógenes Arrieta, enhiesto discípulo de la Enciclopedia Francesa, con voz de líricos matices: "Aquel que dijo a Lázaro ¡levántate! no ha vuelto en los sepulcros a llamar. No llamará en el tuyo, duerme en paz". Otro de la época, el doctor Rafael Uribe Uribe, más conocido como general, cuando en realidad era un estadista de hondos conocimientos, además de gramático y experto en temas agropecuarios, como voz solitaria en un congreso monolíticamente conservador, clamaba por "la tierra para el que la trabaje", para que los terratenientes de todos los partidos lo tildaran de comunista.
Después Antonio José Restrepo, Ñito, que aprendió francés a luz de vela, mientras quemaba leña en las montañas antioqueñas, en el parlamento colombiano enfrentó sus tesis con el maestro Guillermo Valencia, en el famoso debate sobre la pena de muerte; y se dio el lujo de exceder en mucho el límite de tiempo asignado a los oradores en la Liga de Naciones, en Suiza, entidad ésta antecesora de las Naciones Unidas, con un discurso de corte social y humanístico, pronunciado en perfecto francés.
Alfonso López Pumarejo, un dandi criollo educado en las doctrinas del liberalismo manchesteriano, por profesores de la más exquisita cultura, que le daban clases privadas, presintió el fin de la hegemonía conservadora ante la división entre Guillermo Valencia y Alfredo Vásquez Cobo para las elecciones de 1930, y dijo: "El liberalismo debe prepararse para sumir el poder", en un discurso sin tonos caudillistas, pero con un pragmatismo contundente. De este López dijo otro gran orador liberal, Alberto Lleras Camargo, en el atrio de la catedral basílica de Bogotá, cuando lo despidió definitivamente, aludiendo a su agitada vida política: "Vivió y murió en acre olor de tempestad", con esa voz profunda que lo caracterizó, de afirmaciones contundentes y adjetivos precisos.
Aficionado como fui de las manifestaciones de plaza pública, en épocas de magníficos oradores, y acogido a la memoria de bobo, tengo más para contar.
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