Andrés Hurtado


Tuve la fortuna de ocupar silla a la izquierda, en ventana; de otro modo me hubiera quedado con la rabia, frustración, envidia, mala leche, en fin… que tuve cuando en mi primer viaje a Kathmandú, la capital de Nepal, fui invitado a sobrevolar durante una hora la zona del Everest y los picos vecinos. Air Buda se llama la empresa, lo recuerdo muy bien. Todos los pasajeros vuelan al lado de una ventana. Como yo era invitado tuve que esperar a que se acomodaran los que habían pagado, creo que 100 dólares. Me tocó en los asientos traseros, que eran tres. Yo iba en el centro y los otros dos tenían ventana. Ninguno de los dos me quiso colaborar permitiéndome siquiera unos segundos mirar por sus ventanas. ¡Oh rabia inmarcesible, oh furia inmortal! Y para colmo de males el cielo estaba totalmente despejado, sin una sola nube, totalmente azul y el avión pasó exactamente al lado de la cumbre del Everest, como queriendo tocarla. Haciendo maromas desde mi puesto central pude apenas medio ver el Everest, el Lhotse, el Nuptse, el Ama Dablam, y el Pumori.
Volvamos a nuestro viaje. Cuando el avión comenzó a descender y las escasas nubes desaparecieron los pasajeros vimos (supongo que todos un poco o un mucho asustados) que el aparato buscaba su ruta entre montañas y las alas pasaban a muy poca distancia de ellas. Surgían más picos al frente y parecía que el avión no iba a tener espacio suficiente para girar. El nuestro era un avión de un centenar de pasajeros. La entrada al aeropuerto de Pasto, Colombia, tan temida por los pilotos cuando hay nubes, no tiene un mínimo de parecido con esta entrada buscando el aeropuerto de Paro. En uno de los forzados giros que hizo el aparato a la derecha, el sol de las cinco de la tarde me dio en los ojos y pensé tonta e infantilmente que si el piloto estaba encandilado como yo nos íbamos a estrellar. Con todo, los pasajeros nos comportamos como unos valientes, porque ni siquiera las damas gritaron cuando el avión hizo el último y forzado giro y apareció allá lejos en un valle no muy ancho, la pista de Paro. Aún faltaba pasar por encima de un cerro que se interponía entre la pista y nosotros.
Bhutan es una monarquía hereditaria constitucional. El primer ministro y los miembros del parlamento son elegidos, la mayoría por el pueblo en elecciones libres. El rey tiene derecho de nombrar algunos funcionarios de las tres ramas del poder. El rey, que vive en un palacio pequeño, sin mucho lujo, es querido por toda la población y en todos los lugares públicos y privados y en las habitaciones de la gente se encuentra su imagen oficial que lo muestra al lado de la reina. Ambos son jóvenes y la reina muy bella. En dos ocasiones en mis recorridos por carretera por el país, me crucé con la caravana que llevaba al rey. Primero van dos carros militares con la bandera de Bhutan y la del rey, luego el rey y su familia en dos carros y luego otros carros militares de la escolta .Conté en total 12 vehículos. Cuando vimos venir a lo lejos el cortejo real, mi conductor se detuvo y puso el carro al borde de la carretera para dar paso al convoy real.
Al bajar del avión los pasajeros nos quedamos boquiabiertos mirando el palacio cercano a la pista. Los rayos laterales del sol que entraba al ocaso lo convertían en un palacio encantado. Es el "dzong" o fortaleza-monasterio de Paro. Nos tuvieron que arrear (perdón por la palabra tan paisa, de nuestros ancestros de arrieros antioqueños) para que desalojáramos la pista, pues todos estábamos embelesados mirando y fotografiando la fortaleza.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015