Andrés Hurtado


En 1933 James Hilton publica la novela Lost Horizon, Horizontes perdidos. Un grupo de funcionarios ingleses que trabajaban en la India debido a una revuelta contra la metrópoli salieron en un avión. El piloto aterrizó en un lugar desconocido y allí los dejó. Aparecen unos monjes que los llevan al monasterio de Shangri.la ubicado en medio de las montañas y en un paisaje ensoñador en el Himalaya. Allí la felicidad es suma y el Gran Lama que gobierna con singular sabiduría predice que una guerra y el progreso deshumanizado acabarán con la humanidad. A pesar de vivir allí en idílica felicidad, Conway, uno de ellos, se escapa del Monasterio y vagando entre montañas nevadas regresa a la "civilización". Tal es, en un apretado y abusivo resumen, la trama de la novela.
La leí hace mucho tiempo, en mi juventud, y recuerdo muy bien que yo juraba que ese paraíso sí existía y que lo que había leído no era una obra de ficción. Otros, que se cuentan por millones, no pensaron como yo, pero sí sucumbieron ante el hechizo de la novela tal vez porque todos tenemos allá en el fondo del alma el recuerdo atávico del cono, un lugar lejano donde la felicidad es posible, inmersos en un paisaje el nombre de Sangri.la. Hoy se llama Camp David.ores, Edén perdido.
Uno de ellos fue el presidente Franklin Delano Roosevelt que llamó a la residencia de los presidentes con el nombre de Sangri.la.
Hoy se denomina Camp David. Un portaaviones de la armada norteamericana pasó a llamarse USS Shangri.la. Dos películas se han hecho sobre la novela, una de ellas por Frank Kapra en 1937. Muy pronto desde la publicación de la novela, millones de lectores la convirtieron en un ícono, un lugar lejano donde la felicidad es posible, inmersos los seres en un paisaje ensoñador, un lugar donde reinan la sabiduría, la felicidad y la paz.
Varios sitios, ubicados todos en la inmensidad de los Himalayas han recibido el nombre de Shangri.la, asignados por alpinistas, escritores, monjes, filósofos, viajeros y pensadores gnósticos. Uno de ellos, no ya un valle perdido entra las montañas o un monasterio, sino un país entero, es Butan, país que en occidente adquirió ribetes de misterio y paradisíaco encanto cuando supimos que allá el rey (porque es una monarquía constitucional) y el gobierno miden el PIB por la felicidad, al revés de nosotros los occidentales que medimos la felicidad por el PIB. O sea que allá el dinero es casi lo de menos.
Sobre la forma de llegar, lo primero que supe es que solo 9 pilotos pueden aterrizar en el único aeropuerto que tiene el país. Y no es que necesiten un permiso especial, sino que son los únicos que se pueden meter y aventurar entre las montañas para aterrizar en el único aeropuerto que tiene el país. Este ingrediente un poco (o mucho) azaroso unido a la prohibición (ya levantada) de que no podían entrar al país sino 6.000 turistas al año, añadía más encanto a un viaje a este Shangri.la. Hace poco regresé de allí, del paraíso y quiero compartirlo con los lectores.
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