Jorge Enrique Pava


En estas fechas que para muchos son de jolgorio y relax, y cuando el país parece disfrutar de una paz y tranquilidad producidas por el espíritu navideño y la esperanza de un nuevo año, no deja de atormentarme la situación de miles de colombianos que, después de entregarlo todo para defender nuestros derechos y proteger nuestras vidas y bienes, se encuentran injustamente recluidos en cárceles, calabozos y cuarteles. Se trata de los soldados y policías que se pudren en sitios inhóspitos rodeados de soledad, zozobra e incertidumbre y para quienes estas épocas, más que ser de recogimiento y armonía, son de desespero, tristeza, impotencia y rabia.
Porque son defensores de la Patria que, producto de trámites y transacciones secretas y por órdenes de los aparatos de justicia de nuestro país que se encuentran influenciados, presionados y penetrados por los criminales de las Farc y sus aliados internacionales, se ven hoy obligados a pagar penas injustas y a ser vilipendiados como criminales, cuando deberían ser tratados como héroes.
Son seres indefensos -en el sentido estricto de la palabra-, a quienes se les cercena la posibilidad de ser juzgados por sus pares. Colombianos que se someten a procesos en los cuales intervienen jueces, fiscales y procuradores que no tienen ningún conocimiento de lo que es estar en un campo de batalla asediado por criminales dispuestos a utilizar los métodos más crueles, y obligados a defenderse dentro de parámetros estrictos para rodear a su enemigo de todos los derechos, mientras estos acuden a las más perversas formas de terrorismo aleve y criminal.
Pero son indefensos además porque, en su gran mayoría, se trata de soldados y policías humildes que tienen en las instituciones su forma de subsistencia, su trabajo y su pasión; tienen en las tropas su círculo social, familiar y de amistad; tienen en estas filas el orgullo de prestarle un servicio a la Patria y, a la vez, devengar su sustento familiar. Y no se trata de devengar salarios de congresistas, magistrados o jueces, ¡no! Son salarios modestos que les permite vivir una vida familiar apenas digna, sin lujos, boatos ni derroches, y a quienes cualquier egreso extra les afecta su estabilidad económica en forma grave. De ahí que cuando tienen el infortunio de caer en las garras de nuestra justicia, resulten totalmente empobrecidos y sus escasos patrimonios en manos de abogados que, en la mayoría de las veces, se aprovechan del desespero personal y se quedan con lo poco que han podido ahorrar en toda una vida de trabajo, sin garantizar ningún éxito en los resultados litigiosos.
Por eso se mira con tristeza la tendencia -que todos los días gana más fuerza- de que soldados y policías presos injustamente se declaren culpables para acceder a rebajas de penas y beneficios especiales. Están sometidos a decidir entre pagar años y años de prisión, producto de condenas preconcebidas y direccionadas, o acceder a unas rebajas sustanciales de penas con las cuales salen libres, pero sin dignidad, y les permite a fiscales y jueces solazarse en sus triunfos perversos y mostrarse como reyezuelos con el poder de decidir sobre el futuro de sus semejantes.
¿Existirá realmente una noche buena para estos héroes? ¿Se podrá hablar de felicidad, bienaventuranza y tranquilidad cuando se saben sometidos a injusticias sin apelación, a decisiones arbitrarias y a impotencia ante su defensa? ¿Podrá haber alguna esperanza en estos hombres, cuando se ve al Gobierno Nacional con toda la voluntad de cederles a los enemigos en La Habana, mientras nuestros héroes son retenidos como trofeos y parte de un canje futuro que solivie el impacto de la impunidad que secretamente se fragua con los terroristas?
Vaya pues un saludo a los soldados y policías injustamente presos y condenados en todos los rincones del país. A esos miembros de la Fuerza Pública que, exponiendo su vida para defender la nuestra, han tenido el infortunio de sobrevivir a los ataques inhumanos de los enemigos terroristas de Colombia, para pasar a las manos oprobiosas de la justicia, y hoy tienen que soportar la soledad de una cárcel sabiéndose inocentes. A esos héroes de la Patria que, amando a sus instituciones, se sienten traicionados por ellas y relegados al último lugar en su escala de valores, habiendo sido incluso -en muchos casos- exaltados, reconocidos y ascendidos gracias a su lealtad y excelencia en el servicio. Un saludo a nuestros héroes olvidados.
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Lo que vamos descubriendo en torno a Aerocafé, nos va conduciendo a una realidad diferente de la que los medios nos han mostrado en todo este tortuoso proyecto. Vamos por buen camino; y todo parece indicar que la otra mitad de esas verdades a medias que nos han contado, tiene como protagonistas a personas e instituciones que se han sabido proteger, pero que algún día tendrán que responder ante la sociedad. Esperamos que muy pronto podamos revelar en detalle, desde los orígenes, la verdad completa sobre este asunto, y los verdaderos intereses mezquinos que se han movido a su alrededor. ¡Feliz año!
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