Luis F. Molina


Hace poco alguien se interrogaba en Twitter sobre la existencia de una política más vergonzosa e hilarante que la colombiana. La respuesta, aunque puede estar llena de conjeturas, alcanza a tener varias alternativas. Es imposible no pensar en Venezuela y en la calidad de farsas que ahora se fraguan entre opuestos.
No obstante, en el hemisferio norte se encuentra de todo, hasta congresistas que brindan discursos de más de 21 horas en el podio de un senado con el fin de aplazar votaciones y decisiones. Lo que hizo el senador republicano Ted Cruz la semana pasada no deja de ser un acto de un filibustero u obstructor parlamentario, aunque varios de sus copartidarios digan lo contrario.
El filibusterismo, término que es impopular en Colombia, es la aplicación más demagógica del debate. Su fórmula malogra los principios de la política y la comprensión pública del ideario gubernativo. Es la mayor bajeza a la que se llega con una calculada oratoria y jugarreta burocrática.
Pero esos actos no son exclusivos de la democracia estadounidense ni del parlamento inglés. En Latinoamérica se han registrado casos de retóricas toscas y sosas que solamente cumplen una función basada en relegar actos que les cuestan a los contribuyentes su tiempo y dinero.
Sin embargo, nuestra distorsionada visión de la realidad nos ha llevado a alabar y a odiar presidentes que aplican o aplicaron a bloquear el libre desarrollo del debate bajo la excusa de enriquecerlo. Hugo Chávez, quien –supuestamente- murió hace meses (a juzgar por la nueva grabación audible que divulgó Nicolás Maduro y luego salió en internet el fin de semana pasado) era uno filibustero por excelencia, quien en plaza pública no solamente fantaseaba políticamente, sino que aprovechaba el medio para demeritar el papel de la oposición política.
Su filibusterismo fue especial. No había en él necesidad de pararse en el atril de la Asamblea Nacional de Venezuela para que entorpeciera todo el proceso. En la corporación ya se habían registrado varios delegados para cumplir la misión de especular y aducir conspiraciones en contra de su variopinta revolución socialista.
Otra clase de filibusterismo es el mediático y la ocupación de canales públicos para la propaganda estatal, bien como ocurre en Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Argentina, aunque éste último sea un caso especial, cuando incluso se usan las transmisiones fútbol para bloquear los intentos de la oposición de llamar la atención de la opinión pública.
Lo más delicado de estas obstrucciones parlamentarias, administrativas o políticas se deriva en la polarización secuencial y violenta de las democracias, donde el partido gobernante prácticamente hace matoneo mediático a sus competidores.
Es claro que como ocurrió con Ted Cruz hace una semana, con su discurso de 21 horas y 19 minutos, el debate pierde su intención. Su idea no era poner en tela de juicio los recursos utilizados por la reforma sanitaria formulada por Barack Obama, sino lograr posponer cuanto fuera posible el voto que finalmente terminaría por agregar nuevos recursos y fondos al ampliamente criticado plan de salud pública de Obama u ‘Obamacare’. Su frugal cometido se cumplió a medias.
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Esperanzador. Ese puede ser el vocablo indicado para catalogar la llamada que el fin de semana anterior ocurrió entre el gobierno de EE.UU. y el iraní luego de los acercamientos posteriores a la Asamblea General de la ONU. El encuentro de mandatarios, vastamente despreciado por tantos gobernantes latinoamericanos, continúa su ponderación como de los mejores caminos para que presidentes y ministros se acerquen y solucionen sus problemas.
Fue la misma Asamblea General la que sirvió como elemento de presión para que el presidente de Siria, Bashar Al-Assad se comprometiera a reformar el método en el cual está respondiendo a la revolución que hace varios meses se lleva a cabo en ese territorio. Además, los vientos y ánimos de guerra ya están plenamente calmados y bajos, reduciendo así el riesgo de una nueva guerra en Medio Oriente que podría extenderse en lustros por venir.
Obama se salvó de cometer el más garrafal de los errores.
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