María Carolina Giraldo


Nos portamos mal con los mayores, eso acaba de demostrar un reciente informe publicado por Medicina Legal, que busca prender las alarmas sobre la violencia a la que son sometidos los adultos mayores, en un buen porcentaje de los casos, a manos de sus propios hijos.
Según el documento, diariamente, al menos tres adultos mayores son maltratados. Entre 2004 y 2011, 88 personas mayores de 60 años fueron asesinadas por algún miembro del grupo familiar. Vale la pena señalar que el subregistro es muy grande porque, dadas las condiciones en las que se encuentran los adultos mayores, muchos de ellos no pueden salir solos de sus casas o no pueden acceder a las instituciones de protección.
Como sociedad le tenemos terror a la vejez, escondemos sus rasgos representativos todo el tiempo, invertimos infinidad de dinero en evitar las arrugas, las canas, las manchas de la piel, la caída del pelo. Encubrimos la torpeza y la falta de memoria, descalificamos la lentitud y premiamos la energía. Preferimos la agilidad del joven a la experiencia pausada del adulto. La vejez nos confronta con algo que no somos capaces de mirar a los ojos, la certeza de nuestra muerte, tal vez por eso hemos decidido darle la espalda.
A los adultos mayores no solo los hemos retirado de su trabajo, los hemos pensionado de la vida. Al alejarse de su actividad productiva, los hemos marginado también de las actividades sociales y políticas. Una de las cosas que más me gusta de la obra del maestro Gabriel García Márquez es que ésta incluye, en una proporción bastante amplia, historias de adultos mayores que aman, que desean, que tienen pasiones, que emprenden proyectos; viejos que viven.
Los mayores tienen un conocimiento invaluable, ese que solo se adquiere con la experiencia. Puede que su memoria a veces no se conserve intacta, pero su evocación permanente del pasado está cargada de sabiduría, solo hay que prestarles un poco más de atención.
Para algunas culturas orientales las personas mayores son el pilar fundamental de la sociedad, ellos ya se han equivocado, nadie mejor para aconsejar, para advertir sobre lo que a veces se nos pasa de largo. Algo similar sucede en algunas sociedades ancestrales que parecen permanecer inmunes a la pegajosa forma de vida occidental.
Los adultos mayores son uno de los grupos vulnerables con menor visibilidad de su condición de indefensión. Existen movimientos y organizaciones dedicadas a la atención y defensa de los niños, las personas en condición de discapacidad, las mujeres, las minorías étnicas, la comunidad LGTB. Éstas son de todo tipo y orientación, y hasta han incursionado en el campo lingüístico haciendo que suene incorrecto el uso de palabras como negro, gitano y hombre (en algunos casos). Incluso, mientras escribo, me hago la pregunta sobre si palabra viejo es peyorativa. Están tan solos nuestros adultos mayores, que su atención, así como la lucha por sus derechos e inclusión, no se hace todavía visible.
En los niños todos queremos invertir porque son el futuro. En muchos casos, las personas mayores requieren cuidados parecidos a los de los menores. Sin embargo, prestar esa especial atención es visto como una carga, una dura obligación y amarga responsabilidad.
El informe de Medicina Legal nos muestra que nuestros abuelos necesitan, en primer lugar, respeto, una regla de conducta y de tratamiento mínima de cualquier comunidad. Adicionalmente, demandan inclusión. Es fundamental llenar todos los espacios sociales de adultos mayores que sepan guiarnos con ese conocimiento que solo se adquiere con los años. No en vano, según la sabiduría popular, más sabe el diablo por viejo que por diablo.
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