Guillermo O. Sierra


Quizás tengan razón quienes no piensen en votar el próximo domingo 25 de agosto cuando se escogerá en Caldas al futuro Gobernador. Desde cierto punto de vista se trata de una terquedad, justificada en la desesperanza que venimos sufriendo los ciudadanos de ‘a pie’, resultado de la historia política que se ejerce en este departamento.
Y a riesgo de pecar de iluso, me parece que también justamente por eso, los ciudadanos de ‘a pie’ deberíamos conformar y consolidar una gran alianza producto de la mayoría de edad, en términos de cultura política, y decir el domingo próximo: salimos a votar porque se trata de un elemento fundamental en la construcción de una sociedad razonable. Que en las urnas no se resuelve todo; por supuesto que no; pero asumir la posición contraria tampoco lleva a resolver nada. Y si bien es cierto que la mayoría de edad en Colombia no ha funcionado realmente, también lo es que la anarquía, en este caso, el abstencionismo, tampoco ha logrado nada.
Decirle no al abstencionismo es quizás una ilusión, seguramente. Pero lo que no es una ilusión, sino un sueño -no tan difícil de cumplir-, una esperanza, es que los ciudadanos de ‘a pie’ fortalezcamos nuestros lazos comunes y fomentemos la legalidad democrática.
El sector abstencionista es respetable, pero es incierto en política. Y lo es porque no votar no garantiza que se nos mejore la calidad de vida a los ciudadanos: el agua no va a ser más pura, ni se les va a pagar puntualmente a los maestros, ni el acceso y atención en el sistema de salud va a mejorar, ni la pobreza y el desempleo se van a disminuir…
Pero sí puede haber mayor esperanza en que la situación por la que pasa el departamento de Caldas mejore cuando le exigimos a los gobernantes que cumplan lo que prometieron y que se muestren (además de serlo) como seres decentes y honestos. En mi última columna escribí que los caldenses deberíamos presentarles propuestas a los candidatos a la Gobernación para que las prioricen en sus agendas de gobierno. Ojalá esto hubiera pasado. Mucho me temo que no fue así, por dos razones: o porque los ciudadanos no nos atrevimos a pedir la palabra y poner sobre la mesa de los candidatos nuestros sueños y esperanzas; o porque los candidatos nos buscaron para que los escucháramos. Solo hablaron ellos. ¿Y nosotros?: aplaudimos. Y ya.
Así no se construye democracia; ni legitimidad, ni mucho menos gobernanza. Me parece que los gobernantes deben aprender a mandar obedeciendo; y los ciudadanos debemos aprender a hablar en el momento oportuno. Y una forma de hablar, y en voz alta, es por medio del voto. Claro está que esta voz tiene que ir acompañada de un criterio racional y razonable, es decir, acudir a las urnas sabiendo que este acto privado tiene consecuencias públicas; y éstas pueden llegar a ser, o muy buenas, lo que se vería en las actuaciones de los gobernantes, o nefastas y sustancialmente peligrosas.
Que gane cualquier opción, menos el abstencionismo. No vale la pena no ir a votar el domingo 25.
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