Ricardo Correa


Los hechos recientes relacionados con el proceso de paz confirmaron que el recorrido de este será una verdadera montaña rusa hasta el final, y tal vez más allá. Luego de la muy buena noticia de la firma del segundo acuerdo parcial sobre participación política, recibimos como un baldado de agua fría la noticia de la existencia de un posible plan de las Farc para asesinar al expresidente Uribe, al fiscal Montealegre y al exvicepresidente Santos. Fue el mismo Gobierno quien reveló la información con base en elementos recogidos por la inteligencia de la fuerza pública. La ejecución de un plan así significaría inmediatamente el fin de los diálogos de La Habana. Sin embargo, la contundencia de la noticia se desvaneció rápidamente y el mismo Gobierno dijo que éste era un plan viejo, pero que podría haber pistas nuevas que ameritaban el mayor cuidado.
Al final del día, y luego de leer todas las versiones al respecto, nos quedamos sin saber exactamente qué paso, cuál es la certidumbre de la información, y sobre todo, su vigencia: una cosa es un plan de este calibre antes de iniciar contactos para una negociación, y otra es en medio de ella. En sana lógica, y teniendo como referente los acuerdos alcanzados y la tendencia hacia un pacto final que pueden demostrar las declaraciones de la guerrilla, pareciera no tener fundamento que un plan criminal como el revelado estuviera en marcha en este preciso momento.
Mientras no exista claridad respecto a este evento, y tal vez nunca la tendremos, podríamos decir que esta información hace parte de lo que el tratadista clásico de la guerra Carl von Clausewitz denominó "la niebla de la guerra", es decir, la confusión en la información que surge en la batalla, que se extiende al conflicto en general y que se compone de verdades, verdades a medias y mentiras.
Lo que el país requiere con urgencia y prioridad es acabar con la guerra, con el conflicto armado, con toda la miseria que este trae, y en este justo momento tenemos entre manos el mejor instrumento para modificar drásticamente esta situación: los diálogos de paz. Todas las negociaciones enfrentan enormes desafíos, así fue en Sudáfrica, paradigma de un acuerdo de paz, también en Irlanda del Norte, Nepal, Guatemala y Salvador, para citar ejemplos relevantes. En este último país la guerrilla adelantó su más feroz ofensiva en un momento en que las negociaciones iban por buen camino. En todos ellos la guerra fratricida es hoy cosa del pasado, y disponen de sus energías y recursos para enfrentar problemas como la pobreza, la marginalidad y otros tipos de violencia. Y los desacuerdos que se den, que los hay, los enfrentan en democracia. Colombia no será la excepción en los retos durante el proceso ni después de firmado un acuerdo de paz.
Una vez salió a la luz pública la posible existencia del plan criminal contra las figuras atrás mencionadas, otra información llamó poderosamente la atención: los recursos destinados a la protección del expresidente Uribe y los costos de ésta. Cerca de quinientas personas, con enormes recursos logísticos y un gasto de más de mil millones de pesos al mes. Mientras existan riesgos es deber del Estado proteger al expresidente al costo que sea necesario. Sin embargo, sería bueno que supiéramos que en el futuro hay otras posibilidades, otra manera de vivir. En muchos países, especialmente en Europa, los expresidentes tienen una vida como la de cualquier ciudadano, salen en su carro, toman el transporte público, van al supermercado, al cine, y en general sus actividades no están antecedidas de un enorme despliegue de seguridad. Luego de un acuerdo de paz y de superar otros retos gigantescos de violencia e inseguridad, podemos esperar que nuestros expresidentes y figuras públicas vayan por la calle como cualquiera de nosotros, o por lo menos, con más discreción, para su bienestar y el nuestro.
Otra sociedad es posible y estamos dando los primeros pasos para lograrlo. Es una construcción que comienza con un pacto para finalizar la guerra, y continúa con cambios reales que hagan efectiva una sociedad más justa, democrática y decente. Hay quienes quieren perpetuar la guerra, la violencia, tal vez porque no se imaginan que otra manera de relacionarnos es posible. Por eso estamos en la obligación de acordarnos que sí tenemos la oportunidad de despertar y cesar la pesadilla de tanta violencia y muerte. Por esto gobierno y guerrilla tienen la obligación con todos nosotros de negociar sin pausa hasta el acuerdo final y los ciudadanos debemos corresponder con el apoyo a este proceso.
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