Andrés Felipe Betancourth


Quizá para muchos compatriotas la transformación de nuestra realidad de conflicto está en manos de los equipos de negociación que por parte del Gobierno o de las Farc están sesionando en La Habana. Más allá de la incidencia en las próximas coyunturas electorales, que por oposición o por favorabilidad varios ya están tratando de capitalizar, es importante mantener atención en el proceso de diálogo y sus progresos, que al menos por la agenda parecen bastante estructurales, pero no hay que perder de vista que el evento de la firma de un acuerdo no es lo mismo que la construcción de la paz, que es la verdadera transformación que nuestra patria necesita.
No gratuitamente muchos actores de la sociedad han pedido espacio en los diálogos de La Habana, en virtud de la necesidad que el proceso vaya más allá de la firma entre dos de los involucrados en un conflicto que ha permeado todas las estructuras de la Nación, pero también hay que resaltar que mientras llega el momento para la vinculación de los sectores, muchas acciones de construcción de paz están ocurriendo en el territorio nacional, demostrando que las organizaciones y las comunidades, así como han sido golpeadas por los tentáculos de la guerra, también son parte estructural de la construcción de la paz.
En días pasados, coincidiendo con la ya tradicional celebración de la Semana Nacional por la Paz, se inició en La Dorada una peregrinación por el Río Magdalena, acompañada con la imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, pero que lejos de ser un acto exclusivamente confesional, constituye un acto de resignificación de la vida en el río, de reconocimiento a los pobladores ribereños y su identidad cultural, de reconciliación entre pobladores de un territorio, y de retribución a un río que ha sido vital en la construcción de nuestra nación, pero que también, como una víctima más, ha sido convertido por los actores de la guerra y por el deterioro ambiental en un escenario de tránsito de la muerte.
La peregrinación, que ha empezado a tener relevancia y visibilidad en los medios de comunicación, no debe interpretarse como un fin. Es solo un medio para visibilizar, no a quienes peregrinan, sino a quienes los acogen. En cada una de las poblaciones ribereñas hay profundas cicatrices de la guerra, pero también hay incuestionables hechos de paz, que a lo largo de la cuenca del Magdalena, como en otras zonas del país, han ayudado a construir los Programas de Desarrollo y Paz de la mano de los pobladores, de sus organizaciones, de los gobiernos territoriales, del sector empresarial y de aliados de la cooperación internacional, trabajando además en una estrategia de red que es REDPRODEPAZ, sin duda una de las plataformas con mayor capital social e institucional en términos de conocimiento y acción en prácticas de paz.
El mensaje claro de las últimas semanas, desde la celebración de la semana por la paz, la realización del encuentro de pobladores del Magdalena Centro, la ofrenda a las víctimas en La Dorada y el inicio de la peregrinación por el río, es que la construcción de paz no es competencia exclusiva de quienes han protagonizado la guerra, y que tampoco depende de quienes consideran tener el poder para decidir el rumbo de una nación. La organización social y comunitaria y la acción territorial, están dando las pautas para la construcción de una paz sostenible, que venza las inequidades, que propicie el perdón y que nos ayude a reconciliar, no solo entre los seres humanos, sino además con nuestro entorno, que nos hemos encargado de matar de diversas maneras. La construcción de paz y la transformación social de nuestros territorios es una labor de cada uno de nosotros, y nada justifica establecer pausas para la acción.
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