Luis F. Gómez


¡Las cartas están echadas! El presidente Santos ha anunciado de qué se trata y cómo se realizará el proceso de paz, según los acuerdos procedimentales con la guerrilla. Así, pues, el proceso ha iniciado y la hoja de ruta es sencilla, para que en ella pueda desenredarse la compleja madeja de la paz.
El caldense Humberto de la Calle Lombana será el jefe de los negociadores, lo que le puede dar al país la tranquilidad sobre la idoneidad de quien encabezará por el gobierno la negociación de los acuerdos con las Farc. De la Calle tiene una trayectoria de servicio creativo y leal al país. Recordemos su papel como ministro de Gobierno en la Constituyente del 91, su gallarda posición cuando se vio atrapado en la vicepresidencia de Samper y decidió renunciar, su tarea como Registrador Nacional o como Magistrado de la Corte Constitucional. Es una persona en la cual el país podrá depositar con mucha tranquilidad la confianza de guiar por parte del Gobierno la mesa de negociación.
El presidente Santos es realista y bien ha dicho que el camino que se inicia es muy difícil, pues la paz tiene muchos obstáculos y enemigos. Y no se trata de los trinos del expresidente Uribe, sino situaciones más profundas y complejas que el país deberá manejar y que el mismo gobierno tendrá que poner en orden bien por alineación de todo el andamiaje estatal, bien por ayudar a las Farc para constituirse en actor de negociación, bien por la neutralización de los enemigos.
Lo más importante ahora es que las Farc asuman su rol histórico de negociadores de paz. Es decir, que haya en el fondo de su posición una clara voluntad de paz y de reintegrarse a la vida civil. En esto será muy importante el acompañamiento de algunos países extranjeros que podrán tener en ciertos momentos algún margen de maniobra sobre los guerrilleros. En el interior de las Farc, como en todo tipo de organizaciones y especialmente las que tienen en su seno un componente ideológico muy profundo, hay muchas facciones y matices. Por ello, es fundamental que aquellos que desean la paz, logren dinámicamente ir generando una cohesión generalizada hacia el proceso.
De otra parte, hay muchos enemigos del proceso de paz. Los hay por carga ideológica, otros sencillamente por interés económico en el conflicto o en la inequidad que genera, y no pocos por incapacidad de reconciliarse con quienes han sido sus victimarios o peores enemigos. El país tendrá que ir madurando colectivamente este nuevo camino de paz. Solo si el proceso tiene verdadero y gran respaldo ciudadano, se logrará llegar a un resultado satisfactorio. Las Iglesias tienen en el campo de la reconciliación un papel fundamental a jugar entre sus fieles.
Los enemigos jugarán limpio y sucio. Por ello, la ciudadanía tendrá que tener una paciencia muy grande para que no nos dejemos manipular por ninguna provocación por grave que parezca. Ya comenzarán a aparecer. Hay gente que está especializada en meter tóxicos en los procesos de paz. Ya lo deben estar planeando, y no podemos ser ingenuos pensando lo contrario. Y será bastante complicado que no aparezcan, por ello, debemos prepararnos con mucha paciencia y persistencia.
Otro obstáculo lo tendremos a nivel de los dos grupos que se encontrarán en la mesa. Por una parte, el maximalismo de la guerrilla nos puede llevar a impasses no fáciles de sortear, allí una dosis de realismo y de aceptar que muchos de los cambios que ellos desean (y que seguramente muchos de los colombianos y colombianas deseamos) no se pueden lograr de la noche a la mañana, implican procesos largos jurídicos, culturales y económicos para hacerlos una realidad. Y por el lado del Gobierno, estará el minimalismo, es decir, querer que la paz salga "barata", es decir, que no implique las profundas transformaciones que necesitamos para que todos podamos caber verdaderamente en el país y para ser incluidos en sus procesos de desarrollo. Pues bien, en esta tensión ente los atajos del maximalismo y del minimalismo, tendremos que buscar puntos creativos de consenso que puedan servirle al país para tener un verdadero salto cualitativo en las condiciones de convivencia social, política y económica.
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