Augusto León Restrepo


Mis respetos por Ómar Yepes Alzate. Desde los lejanos tiempos de los comandos juveniles de Caldas, Ómar ha sido un adalid de los principios del Partido Conservador, que con sus aciertos y con sus yerros es piedra angular de la democracia colombiana. Su Partido, nuestro Partido, así se lo ha reconocido. Ha recibido sus galardones y la máxima dignidad como es la de ser su presidente nacional, que la ha ostentado en varias ocasiones. Ahora le ha correspondido adelantar todo lo concerniente a la dirección de la Convención Nacional, que se reunirá este 26 de enero en Bogotá, rodeada de grandes expectativas porque allí se fijarán los derroteros de la colectividad para el futuro inmediato y por lo menos para los próximos dos años, como lo ordenan los Estatutos. Y Ómar ha ratificado su posición requeteconocida: el Partido ha de irse a la liza electoral con candidato propio, que le ofrezca a los colombianos gobernar con los principios conservadores y luchar por su vocación de poder que es lo que justifica su existencia histórica como colectividad política.
Este convencimiento ha sido inamovible y con toda seguridad lo va a ratificar en el discurso de instalación con que se abrirán las discusiones de las huestes el domingo. Tesonera su insistencia, que merece nuestra admiración, por consecuente y doctrinal. Pero resulta que la política ha de ser, además de ideológica, dinámica y pragmática. Esta afirmación no contradice la ortodoxia conservadora. El conservatismo es realista y como tal debe ofrecer soluciones para el momento de ahora y no para futuros ensoñadores y etéreos. Y si es realista no es un desaguisado sostener que las condiciones objetivas para que el Partido Conservador se convierta en triunfador en unas elecciones presidenciales, son nulas. Así, con toda crudeza, lo afirmamos. Otros, más duchos en la mecánica política podrán controvertirme, pero todo indica que por desgaste doctrinal y por ausencia de un líder preclaro y carismático, insistir en las posibilidades de una victoria conservadora es errático y peligroso para la supervivencia, reconstitución y refundación partidista.
Estos catorce años de gobierno y de cogobierno (1998 - 2012), por lo menos nos han permitido actuar decisoriamente en la dirigencia del Estado con plena responsabilidad de sus representantes y sin que tengamos de qué avergonzarnos, salvo por indelicadezas y delitos de algunos de ellos, que hoy se encuentran purgando sus penas. Los logros y fracasos hay que asumirlos y cargarlos al debe y al haber de nuestra contabilidad. Y si el balance es negativo, pues a hacerle reingeniería a la empresa, con cabeza fría y brújula a la mano.
Desde luego, no soy analista de balances, ni el espacio se presta para ello. Pero por lo pronto, voy a resaltar un ítem, que es fundamental y básico: el de la inversión del Partido Conservador en la búsqueda de soluciones para el conflicto armado que desde hace cincuenta años viene diezmando la vida de miles de colombianos, llámense soldados o insurgentes. Yo, antes de ser del Partido Conservador, soy del Partido de la Vida. La vida es irrepetible, no hay fotocopias ni segundos actos. El Conservatismo ha estado presente en todos los procesos que buscan el rechazo de las armas como factor convincente de ideologías políticas, religiosas, fundamentalistas. En mis columnas de opinión he sostenido que la única vía para derrotar la confrontación es la de los entendimientos, las negociaciones, el diálogo, la conversación, la tolerancia y el respeto por la vida de quienes piensan distinto a uno. Y para llegar a esta convicción no he tenido que recordar lecciones de filosofía del derecho ni gaseosos y culteranos discursos sobre la búsqueda de la paz, que de eso no se trata. La Paz es un valor, pertenece al mundo del deber ser, utópica si se quiere, pero por la cual hay que luchar como deber perentorio del cumplimiento del principio civilizador ético y religioso del No Matarás.
El Partido Conservador ha sido solidario con las fórmulas que se han propuesto para terminar el conflicto armado. Las Farc nacieron bajo la Presidencia de Guillermo León Valencia, en 1964. Y desde ese año, todos sus sucesores han cumplido con la obligación ontológica y constitucional de encontrar caminos para acabar con el enfrentamiento entre la insurgencia y la institucionalidad y han encontrado el apoyo irreductible del Conservatismo. Carlos Alberto Lleras Restrepo, Misael Pastrana Borrero, Alfonso López Michelsen, Julio César Turbay Ayala, Belisario Betancur Cuartas, Virgilio Barco Vargas, César Augusto Gaviria Trujillo, Ernesto Samper Pizano, Andrés Pastrana Arango, Álvaro Uribe Vélez y ahora Juan Manuel Santos Calderón, han tenido la permanente solidaridad y acompañamiento para la obtención, cada quien a su manera, de las fórmulas que le pongan fin a la confrontación bélica. Y en estos momentos, el Conservatismo no puede ser inferior a su responsabilidad histórica de acompañar a quien se ha empeñado con toda enjundia y dedicación al trascendental logro de alcanzar la reconciliación entre los colombianos.
Ajeno a mermeladas y a repartición de tortas y reiterando que el Conservatismo no tiene ni el cómo ni el con qué para ser el abanderado de las iniciativas que conduzcan al país por el sendero de la justicia y de la equidad sociales, del beneficio común, de la tranquilidad ciudadana, del alcance de una nueva sociedad incluyente y deliberante, mi conciencia y mis convicciones políticas me impelen a votar en la Convención de mi partido el próximo domingo, porque la colectividad acompañe al presidente Santos en lo que tiene ya bien adelantado: el proceso de La Habana que tiende al cierre del conflicto armado. Humberto de la Calle en el día de hoy, ratificó lo que muchos sabemos de antemano: que en la mesa dialogante de La Habana, no se está entregando al país a la subversión. Estas concreciones son prenda de garantía para el Conservatismo y de que si acompañamos a Santos en su campaña por gobernarnos durante los próximos cuatro años, obtendremos la anhelada meta del silenciamiento de las armas que nos permita incrustarnos con decisión, optimismo y esperanza en la civilizada modernidad. Vamos con Juan Manuel Santos.
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