Carlos E. Ruiz


Buen momento intelectual cruzaba nuestra escritora Valentina Marulanda, cosmopolita, estudiosa incansable, con dedicación preferente en el género ensayo, melómana con bases en formación musical temprana, en gramáticas y piano. Fina expositora en conferencias y diálogos públicos, además de gestora de programas culturales de radio en Caracas, lugar de su residencia por años, después de alta formación académica en París y de trasegar por el mundo como ávida observadora. Columnista de periódicos y colaboradora en revistas de selecta armadura. Integra conocimientos en filosofía, literatura y arte, lo que le permite moverse con flexibilidad y lograr afortunadas conexiones en sus trabajos. En 2004 se publicó en Caracas su libro: "Primera vista y otros sentidos", con valiosa recopilación, selecta, de artículos y ensayos. Desempeños tuvo en la "Biblioteca Luis Ángel Arango" (Manizales y Bogotá) y en la Biblioteca Nacional de Venezuela, al frente de la colección de humanidades y artes. Además hizo parte de grupo de intelectuales que conformaron la editorial independiente Angria (Caracas), especializada en poesía. Su vida profesional ha campeado en sectores de inteligencia, con reconocimientos a su acertada labor. Escritora y melómana, ante todo.
La Universidad Simón Bolívar, de Caracas, acaba de publicar su segundo libro: "La razón melódica - Filosofía, música, lenguaje", galardonado en concurso de ensayo en Venezuela. Obra madura en la que la autora vierte su formación en filosofía, literatura y música, con sentido analítico, de aguzada sensibilidad, y encuentro de relaciones en autores de su preferencia. Utiliza 78 fuentes bibliográficas que incluye a clásicos y modernos, y 97 notas referenciales. Por allí pasan Platón, Kant, Schopenhauer, Thomas Mann, George Steiner, Sandor Marai, Nietzsche, Adorno, Rousseau… En sus palabras se trata de ensayos, resultado de antiguas obsesiones y lecturas, con la ambición de continuar buscando caminos de acercamiento a la magia de la música.
El libro consta de seis capítulos de singulares títulos (En el principio no fue el verbo, De la estética a la ética, La imposible paráfrasis; Rousseau, las razones del corazón, Nietzsche: la gaya música, Adorno: en tono menor), en dos partes, y apartados con subtítulos igualmente creativos, y prólogo del poeta, ensayista y traductor venezolano Alejandro Oliveros, quien atina en considerarlo como "una necesaria reflexión sobre el carácter de la música y su relación con la filosofía y los filósofos, desde Platón a Jankélévitch." Resalta, asimismo, la segunda parte dedicada a examinar la música, con "brillantes acercamientos", en filósofos sustantivos (Rousseau, Nietzsche, Adorno), subrayando la lucidez de la autora al abordar al que llama "el más negativo de los pensadores modernos": Theodor Adorno.
Valentina desde el preámbulo advierte que "sin el tiempo y sin el silencio, tan abstractos como inasibles, no hay arte musical." Al observar los singulares logros de la experiencia venezolana con el "Sistema nacional de orquestas juveniles", estima que la música, no sin razones, es en realidad un factor clave en el desarrollo humano. Llega a esclarecer compositores que desarrollaron un pensamiento musical -potestad no solo de los filósofos- como Lizst, Wagner, Stravinski, Copland, Xenakis, Lavista, Schönberg, Boulez, quienes apelaron, como aquellos, a la palabra, a la manera de razón comunicativa o discurso verbal. Y su tesis fundamental en el libro consiste en demostrar que "la altiva razón teórica también sucumbe a los sortilegios de la razón melódica". La demuestra con solvencia de información y claridad de argumentos.
Comienza a desarrollar el libro interrogándose qué fue primero si la música o el lenguaje. Apela a la ciencia para asegurar que el ser humano el primer sentido que desarrolla es el oído, y acude, por ejemplo, a Mozart, quien componía música antes de escribir, y a Gounod, quien sin conocer el lenguaje verbal distinguía melodías e intervalos. Recoge de Hans von Bülow la aseveración que al comienzo fue el ritmo, propio de la música y de la poesía, como también de la danza, la arquitectura, la pintura y el cine. Entonces la música nació con el canto, antes de la fabricación de flautas y tambores. La pesquisa teórica lleva a la autora a asegurar que hay una herencia genética en los humanos para entonar sonidos, lo que configura el origen mismo de la música. De esta manera aparecen con el tiempo aedos, rapsodas, recitadores y cantores. Y de ahí en adelante todos los desarrollos de la música que conocemos hasta nuestros días, en la conjunción de ritmo, intensidad, tono, tiempo y melodía, incluso con las variantes del atonalismo, el dodecafonismo y el expresionismo de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
La autora establece relaciones sensatas con la arquitectura, y el cinetismo de Soto y Calder, al igual que con Kandinsky y Mondrian, tanto en el sentido del movimiento como en el carácter de la composición. Y de conjunto establece que arquitectura, escultura, música y poesía hacen parte del poetizar. Continúa mostrando la relación entre música y literatura, no solo en oratorio, canción y ópera, también en el poema sinfónico, en la rapsodia y la fantasía. Y reivindica la música en el poema como la sonoridad de las palabras.
En especial Valentina aborda la relación conflictiva o problemática de la música y la palabra, en especial en la Ópera, desde los albores con la Camerata Florentina, género en el cual tiene los más amplios conocimientos, puesto que ha sido profesora de su apreciación. Pasa revista a lo difícil de la confluencia de música y palabra, e incluso registra los antagonismos de Gluck y Mozart, con respecto a si una u otra debe tener prioridad. Mozart es partidario de subordinar la poesía a la música y Gluck de lo contrario. Por otra parte, hace énfasis en las características y modalidades de la Ópera, destacando cómo se canta antes de qué es lo que se canta. Y destaca las obras de Mozart y Verdi, por el protagonismo musical de los personajes y no el de la actuación. En Wagner hace ver las maneras como busca hacer visible lo invisible, con Schopenhauer como referente, dando preponderancia a la acción escénica.
La segunda parte del libro está dedicada a músicos-filósofos: Rousseau, Nietzsche y Adorno, por la singularidad sobresaliente de estos personajes. El primero, autodidacta, destinado a actividades diversas, con destino final al pensamiento en áreas de la educación, el lenguaje y la política, en medio de extravíos y trashumancias. El segundo, de formación académica rigurosa, convencido siempre de la superioridad del arte sobre la verdad, apuesta por lo dionisíaco y resalta la música como expresión pura y suprema. Theodor Adorno, también de altos niveles académicos, miembro de la escuela de Frankfurt, trabaja con la filosofía y el arte, para quien la música ocupa el primer lugar, además de profundo catador y conocedor de la literatura. Su condición de músico le llevó a decir que pensaba con los oídos.
"La razón melódica - Filosofía, música, lenguaje", es un libro de fortaleza, construido con formación de alta escuela de pensamiento y capacidad ejercida de indagación y de establecer conexiones, con trajín seguro en las tres áreas del subtítulo. Escritura ágil. Formulaciones convincentes. Sabiduría a flor de labio y de piel, de notoria sensibilidad, con apego a contextos históricos y aventura de mejor futuro para la sociedad, con la guía premonitoria del Arte.
Valentina Marulanda se consagró en este libro como ensayista profesional, digna de ser estimada en la tradición hispanoamericana, en proximidad a los maestros. Los dioses del Olimpo sabrán darle amparo, con luces de bengala, en camino a una nueva dimensión en el mágico misterio de la Música.
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