Guillermo O. Sierra


Dolor, desasosiego, miedo, desesperanza, impotencia, rabia…, todo reunido en el sentimiento de indignación que me corre por todo el cuerpo por la muerte ocurrida el pasado lunes, de Alexandra Vivas Medina, estudiante de la licenciatura en Ciencias Sociales de la Universidad de Caldas. ¡Cómo pudo suceder! Este hecho, de semejante magnitud, conlleva que asumamos una profunda contrición, que aparece cuando reconocemos la maldad en su más amplia significación social. Porque fue un acto terrible de maldad.
A pesar de todas las campañas que a diario aparecen en los medios de comunicación rechazando las violencias contra las mujeres, aquellas continúan. A veces se me ocurre que mediatizarlas no sea tan buena idea, porque casi siempre lo que se dice en los medios es que estas violencias pertenecen a la esfera privada, y que “nadie debe meterse en matrimonio ajeno; allá ellos”. Se les olvida a quienes defienden esta postura (seguramente muchos la practican de manera asidua) que hoy, más que nunca, los actos privados tienen consecuencias públicas. Oigo decir con mucha frecuencia a mi señora madre que “bajo el sol no hay nada oculto”, lo cual puede entenderse como que las violencias ni son propias de estratos económicos muy bajos ni de culturas incivilizadas (“bárbaras”, dirían otros); las violencias son transversales a todas las clases sociales, a todas las culturas, religiones y localizaciones geográficas. En todo esto, lo que es evidente es que se da exceso de trabajo (cuando lo consiguen las mujeres), agresiones verbales y físicas, estupro, trata de mujeres, esclavitud, esterilización forzada…
Las violencias contra las mujeres -y en general, contra cualquier ser humano y animal- son formas crueles de exclusión y de represión, de indiferencia y de muerte. Y como si fuera poco, a esto se le suma el vetusto modelo patriarcal, auspiciado en buena parte por el también modelo económico que impone controles, apropiaciones y explotaciones del cuerpo de las mujeres, incluso, sin ningún tipo de consideración si son niñas o adolescentes.
Esto último es muy grave -no lo digo yo, lo han dicho expertos a través de cantidad de artículos y ensayos académicos muy serios- porque, por un lado, se sostiene que las mujeres son propiedad de los hombres; por eso, a muchos de ellos se les llena de agua la boca cuando dicen que las mujeres deben estar a su “servicio”; y por el lado económico, está la forma de volver mercancía todo, hasta la vida misma, que termina clasificando a las mujeres en putas o santas. Se las debe castigar cuando no son “buenas” madres o “buenas” esposas; y también se sienten con derecho a agredirlas aquellos que a su juicio determinan que ellas se visten de manera “indecente”, o salen de noche solas a un bar, o se acuestan con cualquier escolta extranjero que decide descaradamente no pagarles lo que habían acordado verbalmente.
Esta sociedad tan nuestra sufre de feminicidio. Existen leyes en la mayoría de los países de este planeta que dicen proteger a las mujeres; pero el hecho es que a diario continúan siendo maltratadas, ultrajadas, explotadas y asesinadas. Y lo grave es que el silencio y la impunidad se convierten en los mejores cómplices y terminan justificando y tolerando las violencias contra las mujeres.
Ya lo dije: estoy desconcertado, tengo rabia, siento un profundo dolor e indignación por la muerte de Alexandra Vivas Medina, porque, entre otras cosas, lo que le sucedió a ella, le sucede a millares de mujeres; y no hacemos nada. Yo creo que más que actos simbólicos, lo que necesitamos es que los habitantes de esta ciudad les cerremos las puertas a la indiferencia y a la impunidad. Encontrémonos y conversemos seriamente sobre cómo afrontar este grave problema que, en aras de ser justos, más que de las mujeres, es un problema de los hombres.
Que los padres y hermanos, y todos los habitantes de Puerto Tejada, Cauca, reciban de la sociedad académica de la Universidad de Manizales nuestras voces de condolencia y reciban un muy fuerte abrazo de solidaridad.
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