Flavio Restrepo Gómez


Ya lo había dicho Ludwig von Mises: "Los impuestos no solamente nos empobrecen (quitándonos una parte sustancial del producto de nuestro esfuerzo). También nos hacen menos libres, ya que son el mecanismo que el Estado emplea para hacernos consumir esto y no aquello o comportarnos económicamente de una u otra manera. Gravando y desgravando a su antojo, el Estado nos induce a actuar como él cree conveniente. Así, los impuestos nos convierten en marionetas del ministro de Hacienda".
Pero en este país de un Sagrado Corazón, que parece mostrar más desagrado todos los días con la clase media, a un burócrata de carrera, Mauricio Cárdenas Santamaría, con muchos títulos, político y economista bogotano de 50 años que fue designado el 23 de agosto de 2012 como ministro de Hacienda y Crédito Público de Colombia por el presidente Juan Manuel Santos, miembro activo del Partido Conservador, aunque pose de tecnócrata, se le ocurrió una de esas brillantísimas ideas, con las que quiere convencer a troche y moche que está haciendo justicia tributaria, para hacer tributar a los ricos, aliviar a la clase media y ayudar como es debido a los menos favorecidos.
Todo suena a canto perfecto, si no fuera porque esa reforma no es como él dice que es, es groseramente retardataria, empobrece y estrangula a la clase media que lucha de sol a sol, alivia a los ricos, a las empresas grandes y a las extranjeras, para cargar sobre los verdaderos trabajadores de Colombia, la carga impositiva de impuestos, con que esta policlase glotona e insaciable, no calma su gula, quiere seguir viviendo en un país feudo, donde los impuestos no los pagan los ricos, sino la clase media.
Sí, la clase media, ya ahorcada, con tanto gravamen que muchas veces es duplicado o triplicado, para poder tapar los huecos fiscales de un país que gasta dineros en forma desbordada, vive al déficit y empobrece cada día más a la gente, sin que se le dé nada, presentando la Reforma, como la panacea, con la que los ricos serán más ricos, los industriales tributarán menos, los extranjeros menos que los industriales, y los pobres verán su pobreza eternizada en el tiempo, sin que por ello el ministro sienta vergüenza alguna, sin asomo de pena y exceso de impudicia.
Es en la reforma presentada por un hombre con muchos títulos, pero con muy poco sentido común, con muy mal censo de la realidad y nulo concepto de la justicia. Un miope que no ve la realidad del país y se engolosina con los billones que obtendrá de los recaudos impuestos a los que trabajan en el país, con el beneplácito de los potentados, a quienes en un gesto de desprecio por la justicia tributaria les reduce los impuestos, los exonera de la responsabilidad de tributar como debe ser, para poder financiar los programas sociales con los que se comprometió este gobierno.
Este hombre de medio siglo encima, aprendió bien las lesiones de su padre en la Federación de Cafeteros. Economista de la Universidad de los Andes, Gerente general de la Empresa de Energía de Bogotá (1993). Ministro de Desarrollo Económico de César Gaviria. Ministro de Transporte de Pastrana (1998), de allí salió, para trabajar como Director para América Latina del Brookings Institución, cargo al que renunció, para convertirse en el draconiano Ministro de Hacienda y Crédito Público del gobierno de Juan Manuel Santos, tras renunciar al Ministerio de Minas y Energía. Un doctor en todo y sabio en nada, con exceso de información y anorexia en justicia social.
Si este hombre tuviese un postgrado en Sentido Común, otorgado en la universidad de la redistribución equitativa y el gravamen justo, no exoneraría a las empresas de los poderosos, cobraría tributos a los ricos, aliviaría de cargas a la clase media, subsidiaria a los menos favorecidos, la mayoría, que terminarán subsidiando a los adinerados.
No le perdonaría impuestos a las compañías extranjeras, que se llevan nuestros recursos naturales, recuperaría Cerromatoso y Cerrejón, acabaría los monopolios extorsivos del carbón, la minería, el petróleo, la explotación de los recursos naturales, que devastan nuestra geografía, convirtiéndola en desiertos. Acabaría con el descomunal lucro de los sectores financieros, haría tributar a cerveceros, canales de televisión y telefonía celular. Emprendería acciones que frenen con los que desfalcan la Nación: Nules y similares, EPS que empobrecen el sector público, con multimillonarias ganancias. Haría tributar macroagricultores, grandes ganaderos, que como el ubérrimo, tributan muy poquito y ganan mucho.
Si cierra las compuertas por la que delincuentes mayores desangran las instituciones, ISS, CNP, AIS, las concesiones portuarias, las leoninas contrataciones de las que construyen vías, las empresas políticas, con burócratas en Presidencia, Vicepresidencia, Ministerios, Institutos Descentralizados, Senado, Cámara, Asambleas, Concejos, Gobernaciones y Alcaldías, con nóminas carísimas y barriles sin fondo; el IDU, EDIS, EPM, y sus iguales. Entonces tendría recaudos suficientes para no proponer una reforma tributaria, que no solo cohonesta con la corrupción, sino que fue concebida al revés, en un país que dice ser de Derecho. Podría aliviar las cargas de la clase media y ayudar holgadamente, no con limosna oficial, a las clases menos favorecidas que son la mayoría.
Con Mauricio Cárdenas Santamaría, vivimos la reedición de los cobradores de impuestos de los señores feudales, oprimiendo a los pobres y trabajadores, dejando llenar los bolsillos de los ricos que no lo necesitan.
Es que como decía mi padre: un economista, es un niño que dejó de orinarse en la cama, para poposiarse en el país.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015