Carolina Martínez


No sé si es que los hombres son más prácticos que nosotras, pero con lo de mi carro pasó igual. Cuando decidí venderlo mi pareja me insistió que lo entregara al concesionario, y ahora que vamos a arrendar su apartamento también trató de convencerme de que lo entregáramos a una inmobiliaria. Lo que hice con ambos fue ponerlos en Internet, sin contarle.
El criterio de las inmobiliarias es arrendarlo al que más papeles lleve, y para mí lo más importante es conocer a la persona que lo va a habitar, porque al fin de cuentas, el que no va a pagar no paga así tenga tres codeudores con finca raíz. Me pasa lo mismo con los concesionarios, pues allá le venden el carro de uno a cualquiera, y para mí es primordial encontrar a alguien que de verdad lo aprecie. Y al final lo logré: llegaron del sur de Bogotá en un Renault 9 modelo 86 una pareja entre los 35 y 38 años, con la plata entre la cartera de ella, diciendo que venían por el carro de sus sueños. Se acababan de ir otros de una camioneta que valía cinco veces mi carro, y el novio quería regalarle el mío a la novia, quien pensaba que se merecía al menos una nave como la de él. Eso lo supe en el momento en que la vi mirar mi carrito con esa falsa sonrisa. Probablemente el tipo le dijo que ese o ninguno, y cuando ella aceptó a regañadientes, les dije que el problema era que ya estaba negociado.
Con el apartamento pasó igual: llegaron dos hermanos barranquilleros de unos 30 y 32 años, que estaban buscando un apartamentito bacano, y aunque este les parecía chévere, no estaban convencidos porque necesitaban otro cuarto para que pudiera quedarse cualquier amigo después de una fiesta, según dijeron, aunque lo discutieron y resolvieron que pondrían un sofá-cama en la sala. A estos les dije que el problema era que había otras personas que ya habían entregado papeles. Apenas se fueron llegaron la hermana con el hermano, de Villavicencio, estudiantes de derecho.
Tal como la mamá me contó en las 28 llamadas que me hizo previamente desde su ciudad, los hermanitos eran encantadores. Subieron a pie por esa falda y aunque se veían completamente rendidos también se les notaba la felicidad. Ella de unos 24, sin maquillaje, en tenis y jeans, parecía una virgen moderna, sonrosada y tímida; es más, no me extrañaría que lo fuera. Les dije que vivir sin carro en Chapinero Alto era muy complicado y ella contestó que le parecía mejor porque hacían ejercicio, mientras le sonreía a su hermanito, gordito, emparamado en sudor. La mamá me había dicho que la niña era brillante, se graduaba en tres meses y ya tenía puesto, y que el niño de 19 años era muy enamorado y había embarazado a una muchachita de 16, iba en segundo año de derecho, trabajaba en un call center y vivía pendiente de su bebé a quien le daba lo poco que se ganaba.
Lo lógico era que la hermana mayor se quedara en el cuarto grande, pero ella escogió el pequeño. En el otro dormiría su hermano con el bebito de un año, que se quedaría a dormir con ellos cada 15 días. La manera en que entró y miró todo, como organizó sus vidas ofreciéndole a él y su sobrino lo mejor, esa forma de abrir balcones, puertas y ventanas y preguntar con esa angustia ¿y cómo sería lo del contrato? me convenció de que el apartamento debía ser para ellos.
Cuando me llamó Doña Rosalbina, me preguntó incrédula: ¿Usted no me va a pedir fiador con finca raíz en Bogotá? Me contó que los muchachos estaban viviendo cada uno en una pieza y entre los dos pagaban 300 mil pesos más de lo que costaba este apartamento. Todo porque aquí es requisito presentar alguien que tenga inmuebles en la ciudad, para que respalde y firme el contrato en una notaría como deudor solidario. Ante semejante crueldad le dije que yo solo necesitaba que me mandara pruebas que demostraran que podía pagarlo.
Parece que este negocio no me está saliendo tan bueno como el de la parejita del carro, pues con ellos teníamos la cuenta en el mismo banco, fuimos rápidamente a la sucursal más cercana, me consignaron todo en efectivo y después de consultar el saldo de mi cuenta les entregué las llaves. Lo malo de la mamá de los hermanitos es que sus ingresos le alcanzan escasamente para vivir ella. Pero como es madre, vive con un millón de pesos y les manda dos a ellos. El problema, como se lo dije, es que explicarle eso a mi pareja, que es el dueño del apartamento, no sería tan fácil.
Y en efecto, cuando le conté todo el cuento y le mostré el recibo de la pensión de Doña Rosalbina y un certificado de ingresos como profesora de primaria en un colegio de Villavicencio, con una sola pregunta él me demostró que más vale ser práctico en la vida: ¿Y si le bajamos el arriendo a la señora?
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