Andrés Felipe Betancourth


Como cada año, el incremento del salario mínimo ocupó espacios importantes de las franjas noticiosas, así como sigue ocupando espacio en las conversaciones de cafetería, en las caricaturas de los periódicos y en los programas humorísticos de radio y televisión. Así mismo, corriendo con la suerte de los chistes, el tema perderá vigencia cuando cambiemos de mes, y se archivará para los libretos de inicios del año próximo. Sin duda, caben muchas opiniones respecto de lo que puede adquirirse con un poco menos de 600 mil pesos mensuales, pero serán insuficientes para entender la dimensión real de la prosperidad que se nos ha prometido, si no se contrasta con otras informaciones.
El salario mínimo oficial de Colombia, supera al ingreso mínimo de un trabajador de Ecuador, Perú o Bolivia, así como resulta inferior al salario mínimo oficial de Argentina, Venezuela, Paraguay, Chile y Brasil, enunciados de mayor a menor, de acuerdo al informe presentado en noviembre pasado por la revista América Economía. Obviamente, hay que reconocer que no puede compararse el ingreso mínimo entre países como el nuestro, que cuida juiciosamente su meta de inflación, con países como Argentina y Venezuela, que tienen inflaciones de dos dígitos, ayudadas por incrementos de salarios superiores al 30% en vísperas de elecciones.
Sin embargo, a la hora de comparar el costo de vida, según la Encuesta Internacional de Mercer, que se ocupa de comparar el costo agregado de 200 rubros de consumo habitual en ciudades del mundo, encontramos que nuestra capital es sólo superada en la región por 2 ciudades de Brasil y por Caracas, mientras resulta hoy más barato vivir en Buenos Aires o en Santiago, que hace apenas unos años eran "inalcanzables" para nosotros. Así las cosas, no sólo ha de ocuparnos el nivel de ingresos, sino el costo de lo que debemos adquirir con ellos.
Por otro lado, en cuanto a proporción de la población en condición de pobreza, sólo somos superados por Bolivia, y las metas de reducción del actual gobierno aspiran a ubicarnos en el nivel de Perú, muy lejos aún de los niveles alcanzados por Uruguay, Brasil o Chile. Aún así, no sólo somos señalados como el país más feliz de la región, sino además del globo entero.
No puede desconocerse que el actual gobierno, como todos los de los últimos 20 años, han asumido con firmeza un compromiso por controlar la inflación, mantener un ritmo de crecimiento económico y combatir la pobreza. Pero estas luchas no han retornado en el nivel de victoria que se aspiraba, porque en el trasegar de los combates se ha negociado con otras fuerzas que han guardado para si parte de los beneficios. Es innegable que el país ha crecido, y que algunos sectores de la economía se han dinamizado. Pero tampoco se puede negar que la mayor proporción de dichos beneficios se ha concentrado en pocas manos, que el sector rural no logra superar su depresión, y que muchos de los pobres son hoy sólo "un poco menos pobres", pero no alcanzan aún niveles de autonomía económica que puedan considerarse progreso.
El futuro de países como el nuestro estará comprometido mientras nos centremos en el crecimiento, no porque no sea importante, sino porque es insuficiente si su distribución es inequitativa. Bienvenido el crecimiento, pero que alcance para todos. Lo que es claro, es que el clamor por la equidad no vendrá del Gobierno Nacional ni del sector privado –al menos la historia así lo demuestra-. Por ello, no debemos olvidarnos de lo que nos corresponde como ciudadanos.
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