Luis F. Gómez


El fallo de la Corte Internacional de Justicia fue costoso para Colombia, importantes extensiones de mar se perdieron, se inestabilizó la sostenibilidad del archipiélago de San Andrés y Providencia y perdimos la soberanía que de hecho veníamos teniendo de una zona que puede ser muy rica en recursos naturales. Nuestra identidad geográfica de país quedó golpeada. A su vez, se ganó en una definición definitiva en cuanto a la soberanía sobre las islas y cayos que Nicaragua desconocía permanentemente. Pero al lado de los resultados concretos del sorpresivo fallo, este proceso nos deja muchas lecciones.
La primera lección es que cuando se cede a un organismo internacional la potestad para dirimir conflictos y diferendos entre los países, estos deben comprender las consecuencias que ello implica. Y no se puede salir a decir que en lo que me beneficia lo acepto y en lo que me perjudica lo ignoro. No, cuando una jurisdicción se entrega se corre este peligro. Y no hemos sentido todavía algo similar que nos podrá ocurrir con la Corte Penal Internacional para los delitos de lesa humanidad impunes que hay en el país, ya verán más pronto que tarde, que la Corte Penal comenzará a tramitar no pocos casos. Colombia ha sido un país que históricamente ha sido cumplidor de sus obligaciones internacionales, por ello, hay que respetar el fallo. Puede ser que se busquen los recursos jurídicos para buscar una mejoría de las decisiones iniciales, pero no podemos desconocer las jurisdicciones que hemos aceptado por pactos internacionales.
Pero, volviendo al caso limítrofe, más profundamente debemos estar satisfechos que diferendos como este se traten por vías formales, con cierta independencia, con conocimiento detallado y debidamente sopesado por el tiempo. En efecto, el fallo de la Corte no es "ventolera" de un momento, sino el producto de más de 10 años de litigio. Donde las partes han tenido suficientes oportunidades para allegar los títulos históricos y los argumentos de soberanía para defender sus intereses. Este procedimiento para la resolución de problemas internacionales es bien importante pues deja a un lado los expedientes armados.
Esta nueva realidad exigirá para el país una vivencia de su soberanía más activa y necesariamente más dialogada con Nicaragua. Hay que cambiar el registro inamistoso y buscar nuevos términos de intercambio. Una estrategia de cooperación y de camaradería. Ya no debemos mostrar los dientes de las corbetas con las ametralladoras de la Armada, sino un rostro más amistoso e inteligente.
Por lo pronto, es fundamental darle a la gente de San Andrés y demás islas un apoyo claro y cerrado del país a través de un proyecto de desarrollo sostenible. Si se requiere emergencia social y económica para el asunto, que se evalúe, pero que tenga una vocación en el tiempo.
Quedamos adoloridos en nuestras pretensiones, pero también debemos aceptar que nos debemos sentir también fortalecidos en nuestra posición de principios de solución no violenta de conflictos.
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