Jorge Bernardo Londoño


Honor a su memoria.
Al tratar de recoger en un breve espacio la dimensión de este gran caldense y gran colombiano se corre el riesgo de quedar corto, de ofrecer un testimonio limitado acerca de un espíritu grande, con plenos merecimientos para que se le estudie en profundidad y se recoja así su legado para beneficio de la región que amó, del país que sintió tan profundamente y de un mundo que observó con sensibilidad. Frente a su ausencia física, asumo el riesgo, pues la memoria de Mario Calderón Rivera merece todos los testimonios.
Fue Mario un ser humano excepcional. Más allá de su dilatada cultura, de su formación humanística y profesional, de su estilo personal, de su capacidad de asombrarse y cuestionar; de su exquisita capacidad para el diálogo, de su sentido de la amistad, lo que más profundamente lo caracterizó fue haber sido excepcional como ser humano. Sencillo, bondadoso, generoso, servicial, transparente, radicalmente honesto y siempre dispuesto al servicio de las nobles causas. Paradigma de la caballerosidad. Tuvo siempre claro aquello de la hombría de bien y logró serlo.
Estas condiciones de su personalidad hicieron que, desde muy temprana edad, fuera llamado a muy importantes responsabilidades públicas, en el ámbito comarcano, en el nacional y en el internacional. En todas ellas se comprometió a fondo y sirvió con altura y eficiencia. Generó resultados.
Pero, ante todo, Mario Calderón Rivera fue un pensador. Dedicó su vida a PENSAR; pensamiento alimentado por su capacidad de dialogar con los pensadores de todos los tiempos, como lector voraz. Pero más allá del filósofo especulativo, fue un pensador propositivo. Le propuso a Colombia y a la región cafetera proyectos de envergadura que quedan como legado y como retos, que de realizarse, llegarán a hacerle justo honor a su memoria.
Pensó en la integración regional y trabajó por ella; investigó, analizó y pensó en la cuenca del Pacífico y por eso entendió mejor que nadie la importancia del puerto de Tribugá y su conexión con el centro occidente del país; pensó visionariamente en la Orinoquia colombiana y vio claro su papel en el futuro del país (hoy su presente ); pensó en el medio ambiente, en nuestra biodiversidad, en la guadua como milagro de la naturaleza, en el Arboloco, en fin, en muchos de los recursos naturales que pueden llegar a ser riqueza real para muchos. Pensó en el sistema urbano colombiano pues llegó a conocerlo como pocos y por eso hizo posibles los proyectos de Ciudad Tunal, Ciudad Salitre y Nueva SantaFe de Bogotá, hitos fundamentales de la nueva Bogotá. Pensó en el sistema de ciudades de provincia en Colombia y por ello contribuyó a su transformación diseñando instrumentos como el de Fondo Financiero de Desarrollo Urbano (FFDU), que potenció la transformación de muchas de ellas. Pensó en la importancia de las regiones y de su planeación. Por eso trajo a Denies Rondinelli y a Antony Cattanesse para trabajar con ellos proyectos de desarrollo regional. Pensó, pensó, pensó y tuvo la disciplina de registrar su pensamiento en textos que quedan para la reflexión de los colombianos.
Mario Calderón Rivera, como todos los espíritus privilegiados no se va, pues su espíritu vivo y trascendente queda en sus discípulos, en sus escritos, en sus proyectos, y en la memoria de todos los que tuvimos el privilegio de trabajar con él, de compartir con él y de ser tocados por su generosa amistad y maestranza.
La región Cafetera seguirá reconociendo su liderazgo al tener su pensamiento como fuente de inspiración y sus propuestas y proyectos como retos para la transformación definitiva de la región para beneficio de Colombia.
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