Andrés Hurtado


Y ya que estamos aquí, en Cusco, aprovechemos para dar una hojeada muy rápida, casi descarada por lo resumida, a la historia de algunos de los últimos grandes incas. A Huayna Capac le sucedió lo mismo que a los valientes emprendedores que montan, por ejemplo, una finca, la van agrandando, la van enriqueciendo en ganado y en siembras y cifran en ella su ilusión y su vida y tienen "la desgracia" (ojo, lo dije entre comillas) de tener varios hijos. Al morir "el viejo" lo que fue su ilusión se viene al suelo; los hijos se reparten la finca y ocurre que uno de ellos, poco amante de la vida del campo vende a extraños su pedazo. Si renaciera el padre, moriría instantáneamente de pesar o de infarto al ver despedazado el empeño de toda la vida.
La decadencia del imperio inca comenzó con los dos hijos de Huayna Capac, que se empeñaron en lucha fratricida por suceder al padre y este hecho coincidió con la llegada de los conquistadores. De sobra es conocida la suerte de Atahualpa apresado por Pizarro. El inca ofreció por su rescate una habitación llena de oro y plata. De todas partes del imperio los súbditos leales enviaban los preciosos metales para salvar a su jefe. Se hizo la entrega del oro y sin embargo el conquistador asesinó a Atahualpa después de hacerlo bautizar para que "no se fuera al infierno". Esta es quizás la mayor y la más repugnante felonía cometida por los conquistadores españoles en América. Desde la cárcel donde lo tenían preso, Atahualpa había mandado matar a su hermano.
Manco Inca se resistió al conquistador y marchó a Vilcabamba donde estableció el llamado incainato de Vilcabamba. Desde allí se opusieron al invasor y allí fueron vencidos por los españoles que contaban, además, con la ayuda de un sector de incas, traidores a su emperador. Fueron cuatro los incas de este período, que seguían sosteniendo el imperio lejos de Cusco, donde ya estaban los conquistadores. El último de los cuatro fue Tupac Amaru, que huyó por las montañas bajando hacia la selva amazónica y hasta allí lo persiguieron los españoles. Lo apresaron y a pesar de que algunos misioneros le pidieron al conquistador que no lo matara y que lo enviaran a España para ser allí juzgado, lo asesinaron. Murió invocando al padre sol y haciendo constar la ignominia que contra él se cometía. En la Plaza de Armas de Cusco una placa, colocada al cumplirse los 500 años del descubrimiento, perpetúa el recuerdo de las infamias y atrocidades de los españoles en la conquista del Perú.
Lo primero que hicieron los españoles al llegar a Cusco fue apoderarse de las riquezas de la ciudad especialmente del oro del templo Coricancha, dedicado al culto del Inti, el dios sol. El templo, al cual los fieles debían entrar en ayunas, descalzos y con un fardo al hombro en señal de humildad, tenía paredes recubiertas de oro. Coricancha se convirtió en el templo de Santo Domingo, lo que contribuyó, en cierta manera, a conservar el edificio. En la parte baja y doblando las esquinas del Coricancha todavía se ven las paredes con sus robustas construcciones en piedra muy fina y bien tallada. El otro esperpento que hicieron los españoles fue destruir muchos palacios, casas y edificios para utilizar las piedras en sus propias construcciones. Pero, todavía por todas partes en Cusco se ven las bases de los edificios incas y algunas casas se conservan casi intactas.
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