Óscar Dominguez


Nunca se miente más en Colombia que cuando el baloto alcanza sumas obscenas. Al país se le crece la nariz. Todo el mundo saca a relucir su generosidad. Somos espléndidos con lo que no tenemos. Hacemos la reforma agraria con la tierra ajena.
La promesa de que redistribuiremos la riqueza en caso de ganar, lo utilizamos como mantra para que los dioses que reparten el vil metal nos consientan.
Mientras muchos añoramos graduarnos de Bill Gates, el presidente de Uruguay, José Mujica, predica que pobre no es el tiene poco, sino el que desea mucho. Y sigue repartiendo el 90% de su salario mensual (unos 22 millones de pesos).
En los centros comerciales no conocen a Don Pepe. No compra. Deja para el pan, el mate, la gasolina y adiós. El viejo tupamaro prefiere la alegría de vivir sin estrés.
Me gustaría tener plata solo (¿¡) para experimentar la precaria vanidad de ser millonario. También me gustaría escribir "mal" como Paulo Coelho y vender millones de ejemplares. Después regresaría a mis inofensivas metáforas.
Ahora, si anoche me alcé con los ciento diez mil millones de pesos del baloto, seguiré escribiendo la desvertebrada para despistar al enemigo. Tal vez utilizaré menos adjetivos y más adverbios. (Obviamente, seguiré escribiendo si el Director no baraja distinto).
Aunque el baloto no me desvela -créanme- porque a mí la plata me la dieron en gente, en el oficio que escogí para comprar los garbanzos, el periodismo, y en salud: ha sido tan buena que tendré que morir aliviado. Mejor dicho: estar vivo vale por todos los balotos.
Los que vivimos en divertido déficit bromeamos diciendo que hay gente tan pobre que lo único que tiene es plata. O que lo malo de la pobreza es que lo coge a uno sin un peso.
Pero si corono el baloto sospecho que escogeré a quién saludo y a quién no. Difícil escapar a la condición de caranga resucitada que otorga el poderoso señor "Don Dinero".
Aprovecharé el "neorriquismo" para premiar a los Agustinos Recoletos que trataron -en vano- de desasnarme. Los frailes enseñaban, con San Agustín, que la riqueza no está en tener mucho, sino en necesitar poco.
Tengo apartada respetable suma para levantarle estatua a la señorita Esilda Bahos, la maestra del kinder que me encariñó con vocales y consonantes.
El tío Jorge que me invitó a los primeros aguardientes y financió las escaramuzas eróticas en las que dejé la castidad, tiene asegurado tardío mármol para su lápida.
Que el padre Diego Jaramillo, el yarumaleño mandacallar del Minuto de Dios, cuente con platica para sus destechados. Del padre García-Herreros heredó su condición de imperturbable rico sin plata. Sabe que lo importante no es tener dinero sino coleccionar amigos ricos.
En el último banquete del millón, Jaramillo se las ingenió para que el empresario Arturo Calle doblara su aporte para las obras del Minuto: de cien millones pasó a doscientos. Algo mío hay en esa donación pues en sus almacenes compré mis últimos condones, perdón, cordones.
Termino y me voy a comprar el baloto antes de que otro "filántropo" de media petaca me madrugue.
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