José Jaramillo


"Zapatero a tus zapatos", el viejo refrán, es el menos aplicado en la práctica política, porque el afán de lucro y los altos costos de hacer campañas y de sostener "los feudos podridos", es decir el electorado que cada dirigente piensa que es propio, obligan a los dirigentes a revolverle guadua a los ingresos propios del ejercicio de su representación, y a los del patrimonio personal. Y para conseguirlo, si es necesario, se hacen alianzas perversas con contratistas del Estado; sociedades de fachada para participar en negocios con el gobierno; o pactos siniestros con mafiosos. Para qué mencionar a políticos de otras épocas, que jamás mezclaron sus cargos públicos, o la representación parlamentaria, con negocios. Quienes los tenían, antes de posesionarse, los entregaban en administración, y se desentendían de ellos mientras fueran presidentes, ministros, embajadores, gobernadores, senadores o representantes. Esos, para la opinión actual, eran unos pendejos.
Cuando se crearon las EPS con la sana intención de mejorar la prestación de servicios de salud a los colombianos, manejando los recursos de las contribuciones de los trabajadores e independientes afiliados, y los de las entidades públicas en el régimen subsidiado, a los honorables parlamentarios se les abrieron las agallas; y de la noche a la mañana aparecieron miles de entidades prestadores de servicios de salud, cuyos socios eran políticos o sus familiares, algún capitalista para financiar el montaje inicial y unos médicos como fachada, que le dieran validez al objeto social de la nueva empresa. Cada una de ellas tenía acceso a la afiliación de entidades públicas y de empresas industriales y comerciales del Estado, en las que el político tuviera influencia y se quedaron en un segundo plano las empresas aseguradoras, cuya experiencia, profesionalismo e infraestructura de servicios era, de por sí, garantía de buen manejo. Pero "el poder es para poder", como decía el directivo para justificar una alcaldada. Resultado: la plata de la salud fue a parar al bolsillo de los vivos.
Además de la salud, en ese carrusel de negocios oficiales, en los que se extravían recursos de los presupuestos, y se han dilapidado las regalías petroleras, también se han involucrado las obras públicas, porque han aparecido como licitantes unos "empresarios", constituidos de la noche a la mañana, con la sola presentación de la cédula en una notaría y el registro en cualquier cámara de comercio, sin acreditar capital ni experiencia para cumplir con el objeto social. Los socios son políticos y abogados amigos, con influencia en las entidades que otorgan los contratos. Los ingenieros y constructores, que son los que saben, terminan de subalternos de los vivos que se consiguen los negocios y se llevan la parte de león. El resultado final es que las obras hay que hacerlas mal, para reducir costos; si es que se hacen. Y los electores, que saben que lo dicho es cierto, mansamente acuden a las urnas a votar por los mismos, "como la res que va al matadero sin que nadie le diga un adiós", como dice el tango.
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