Camilo Vallejo


Conocí primero a Juan Guillermo Gómez que a sus amigos, pero los reveses del tiempo terminaron acercándome más a éstos que a él. Así que oía sus historias por intermedio de ellos -que ahora, en parte, eran también mis amigos-. Seguía siendo un tipo inteligente cuya genialidad no era completa, pero tampoco normal. Había un ingenio mezclado con algo de chifladura. La desmesura con la que se entregaba a sus inquietudes, personales y académicas, era la misma que usaba para profesar sus gustos y placeres; no escatimaba. Si bien era exagerado al tratar sobre él mismo, parecía que al mostrarse tan seguro, tan bueno y tan infalible, terminaba convenciendo a quienes lo querían que era demasiado grande como para no compartirse con ellos; y al parecer lo hacía, compartía lo que le sobraba de sí mismo.
Su vida terminó una madrugada de junio. Lo asesinaron por robarle el celular en el barrio Rosales de Bogotá, un lugar en el que se cree que no hay monstruos ni maldiciones. Ante su muerte no faltaron los homenajes de los conocidos, las distinciones de los profesores y de la universidad, y la indignación de sus amigos, que fue la más sorprendente.
En este país donde el odio llega por contagio y donde la venganza es un paradigma, los amigos de Juan Guillermo decidieron reaccionar de forma extraordinaria, pues aún indignados y adoloridos, no optaron por llevar al paredón a los asesinos ni pedir su linchamiento, sino que prefirieron exigir de la sociedad y del Estado colombiano algunos valores olvidados. Entendieron que el problema no eran esos jóvenes que redujeron la vida a la mínima expresión, sino las cosas que hacían falta en esta realidad y que terminaron siendo las causas de esta infamia.
Cogieron hojas de papel, en ellas cada uno escribió un valor que faltaba en este mundo y se tomaron fotos que después pusieron en las redes sociales. En esos letreros se alcanzó a leer, entre otras cosas, "educación", "tolerancia", "sin indiferencia", "paz". Todos lograron convertir la memoria de Juan Guillermo en la excusa para visibilizar lo que sigue sin hacerse posible. Supieron que el asesinato no se podía interpretar como una semilla de odio sino como un fruto de esta realidad desajustada, la cual, por lo mismo, había que recomponer con las fuerzas que quedaran. No había odio, era una apuesta por despertar los valores perdidos.
De todos los letreros vistos, uno que decía "justicia" es el que más hemos recordado por estos días. En su momento la justicia, al igual que los otros valores, fue escrita en esas hojas por los amigos de Juan Guillermo como un elemento esencial para construir el mundo deseado. Paradójicamente, de todo, fue la que empezó ausentándose; es como si se tratara de una primera muestra de que nada piensa cambiar. El paro que habían hecho los funcionarios de la rama judicial, permitió que dos de los jóvenes homicidas quedaran en libertad por vencimiento de términos; en pocas palabras, como no había juez que siguiera con el proceso, los acusados pudieron salir de su detención.
Para los amigos, esta situación revivió con más fuerza los peores sentimientos. Por eso seguirles pidiendo mesura y gallardía, tal vez es ponerles demasiada carga. Ahora es a nosotros, como sociedad, a quienes nos corresponde devolverles su gesto: el de las hojas, el de recordarnos lo que hace falta. Hablo de demostrarles que algo les aprendimos. Debemos ser ahora los de los letreros de papel, no saliendo a linchar a los jueces y a los funcionarios judiciales por haber parado y protestado, sino recordándole al país que la justicia también requiere de unas condiciones que faltan, y que la impunidad no es algo arbitrario que aparece para llenarnos de odio y de venganza, sino que se trata de un producto de la misma realidad desajustada.
Tanto el paro judicial como la consecuente impunidad frente al caso de Juan Guillermo, con la parálisis y el malestar que generan, deben convertirse en las razones para recordarle a los del paro y al Gobierno, que no son suficientes los simples incrementos salariales, pero tampoco unos juzgados abiertos todos los días; se necesitan ciertos valores para construir la administración de justicia adecuada. Con "dignidad laboral", pero con "compromiso", con "instrumentos de trabajo", pero con "efectividad", con "funcionarios potencializados y honrados" por su labor, pero con el único objetivo de"ofrecer justicia". La negociación con la rama judicial es un momento para que todos mostremos nuestros letreros; hagámoslo cansados de la impunidad.
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