José Jaramillo


Enhorabuena la administración de Aranzazu, dentro de la programación de los 160 años de fundación del municipio, rescató en el libro "Entre la Soledad y la Angustia"* la obra poética de Javier Arias Ramírez, que compiló el escritor José Miguel Alzate, quien, además, presenta la obra con un ensayo que trasluce el hondo conocimiento que tiene de la persona y la poesía de ese rapsoda de genio singular, que tuvo la angustiosa paradoja de "vivir de poesía", como titulé hace muchos años un pequeño comentario periodístico, en el que trazaba un boceto "a mano alzada" del personaje que conocí en Cali, Bogotá y Manizales, empujando su vida de dificultades económicas y "angustias existenciales", como se puso de moda decir en una época de transformaciones filosóficas, en medio de saludos clamorosos, carcajadas y exuberancias verbales, con los que disimulaba sus penurias, para cumplir lo que un poeta, par suyo en la tragedia de vivir, le había sugerido: "reír llorando y también llorar a carcajadas".
Javier Arias Ramírez no heredó fortuna alguna. Su padre fue un "obrero rebelde", que entraba al hogar "(…) un pan honrado y bueno amasado con tierna levadura (…) en el horno salobre de su esfuerzo". Sin embargo, Javier reconocía que "(…) el idioma que ardía el sus pupilas, ahora que soy hombre lo comprendo". Tampoco sus luces académicas fueron más allá de los años primarios de la escuela, que después evocaba, siempre poéticamente, como todo lo suyo: "(…) Se deshacen los días, envejecen los años y del fondo del tiempo con amor yo rescato rostros que fueron míos: sor Luisa (Vicentina) mi primera maestra (…)". Pero ese bagaje intelectual, que enriqueció con lecturas ávidas, fue suficiente para construir una obra, sencilla en la expresión de las palabras cotidianas, pero trascendental en las ideas; rica en figuras elaboradas con la filigrana de su ingenio; y, sobre todo, intensamente humana y filosófica, expresada con voces casi triviales, y con frases cantarinas como las quebradas campesinas y ondulantes como el humo "acróbata del aire", sin ataduras a escuelas literarias, porque ninguna de las penurias de Javier pudo someter su rebeldía ni doblegar su enhiesta personalidad, que tenía la elegancia, el talante y el carácter de quien se proclamaba: "(…) hiperestésico, escéptico y audaz, inteligente, esquizofrénico, soberbio y cínico".
Desde la infancia, cuando hacía versos por instinto, que guardaba tímidamente; la juventud, que "(…) es vino de la vida (…) viñedo amargo, clamor, ímpetu, energía (…) río caudaloso y desbocado (...); la madurez trashumante, de la que decía que "(…) fue una brecha en el tiempo. Un pan sin levadura. El rodar de una lágrima. El temblor de una hoja. El vuelo de la lluvia. (…) La huella de una piedra lanzada contra el agua (…)". Hasta los últimos días, acogido al cariño de su hermana y sus sobrinos y a las manos amigas, Javier Arias Ramírez fue poeta, solamente poeta, que con el humor negro que lo caracterizó, y un hondo escepticismo, decía: "(…) al ver un fúnebre cortejo que por la calle va de largo, sentimos ganas de ser ese que va vestido de madera".
* Alzate, José Miguel, Compilador. Javier Arias Ramírez. Entre la Soledad y la Angustia. La Nueva Editorial. Manizales, 2013.
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