José Jaramillo


Apía es un municipio que hizo parte del alto occidente del Viejo Caldas y ahora pertenece al departamento de Risaralda. En esa población fue párroco durante 16 años, hasta cuando la salud se lo permitió, el padre Octavio Hernández Londoño, un sacerdote oriundo de San José de Risaralda, con estudios en Roma, políglota, humanista y hombre de acción en actividades cívicas, en una época en la que los curas párrocos eran decisorios en todo lo espiritual y material que tuviera que ver con sus feligreses. Alguna vez se reunieron en Apía las autoridades y los notables, entre ellos el padre Hernández, para decidir sobre un proyecto de construcción de viviendas, de las que ahora llama la demagogia política "de interés social"; y se barajaban espacios disponibles para hacerlo. Alguno de los asistentes propuso que se utilizara la zona de tolerancia, erradicando cantinas y prostíbulos, lo que tuvo buena acogida por los que Jesucristo llamó "sepulcros blanqueados", que veían en la idea una forma de acabar con esos antros de pecado, a los que ellos seguramente asistían a desahogar sus insatisfacciones sexuales, con un sombrero tragado hasta las orejas y la cara oculta entre el cuello de la ruana, hasta cuando el padre Hernández, quién hasta ahí no había dicho nada, preguntó: ¿Y qué hacemos con esas pobres muchachas? *
Esta historia sirve para que se analice con menos ligereza el caso de las "trabajadoras sexuales", que ejercen su rebusque en el centro de Manizales, perjudicando a comerciantes del sector y afeando el centro histórico de la ciudad. Lo que hasta ahora se ha hecho es echarles la Policía para que las persiga, espantándolas de los lugares por donde se contonean, pero a nadie se le ha ocurrido ir hasta el fondo social del problema. En un noticiero radial entrevistaron a una de esas mujeres, quien justificó su presencia en las calles céntricas de la ciudad porque los clientes podían pagar mejor; y porque en las casas de citas, y en cantinas y prostíbulos, eran explotadas por proxenetas y "madamas", que se quedaban con buena parte de lo que recibían por sus servicios. Y que ella -decía la entrevistada- tenía que mantener a sus padres y a los hijos. Ese caso debe ser igual al de todas.
Simultáneamente, se supo que 200 máquinas de coser, donadas por la Embajada del Japón, para capacitar a mujeres cabeza de familia, de modo que desde sus hogares pudieran trabajar en confecciones para empresas, se estaban pudriendo en unas bodegas, porque el proyecto fracasó. ¿Por qué? Pues porque lo pusieron en manos de unos burócratas incapaces, para que les consiguieran votos a sus jefes políticos, en vez de entregárselo a instituciones idóneas, como los Comités de Cafeteros o el Sena; o a organizaciones y personas filantrópicas, como el Hogar de la Divina Misericordia, en Manizales, o Doloritas y Clara Luz Jaramillo, en Armenia, por mencionar unas pocas que conozco.
El caso de las trabajadoras sexuales no requiere de policías, sino de acción social cristiana, para que esas "pobres muchachas" no tengan que ganarse el pan de sus familias acostándose con borrachos sudorosos, afectando, de paso, el pudor de los mojigatos.
* Hernández Jiménez, Octavio. Apía, Tierra de la Tarde. Editorial Manigraf, Manizales 2011.
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