Fanny Bernal Orozco


El hombre invisible se fabricaba máscaras. Las tenía de todas las expresiones: amor, celos, orgullo, duda, dolor. Antes de salir a la calle las ensayaba frente al espejo.
Con la máscara de poder se sentía capaz de dirigir multitudes, con la máscara de la seducción pondría a las mujeres a sus pies…
Queriendo aparentar el mayor número de matices, acumuló 999 caretas. Para el número mil decidió moldearse una de risa loca.
La boca, mostrando enormes dientes, le llegaba de un lóbulo al otro. Cuando la tuvo terminada salió a pasearse con ella puesta.
La gente, contagiada por esa grotesca expresión, se puso a reír a carcajadas.
Cansado de tanto escándalo volvió a su casa y quiso quitársela: no pudo.
¡Se le había pegado a la piel! Tiró de ella, la rasguño, le dio tajos, martillazos, inútil.
La falsa risa ocultó su desesperación. Desfalleciendo de hambre salió a pedir ayuda. Los ciudadanos, sin darse cuenta de que sus gestos eran de angustia, volvieron a carcajearse.
Regresó tristemente aceptando morir en estado de inanición con esa cara de alegría. Al cesar de esforzarse en retirar la mueca, se puso a pensar por qué le había sucedido aquello.
De pronto comprendió. Con energía renovada destrozó las 999 máscaras anteriores. Cuando no quedó una sola entera, la carátula risueña se le desprendió de la piel como un pez muerto. El hombre invisible, desde entonces aceptó vivir sin cara.
Tomado del libro: ‘El tesoro de la sombra’ de Alejandro Jodorowsky
Las máscaras han sido usadas en diferentes culturas como parte de diversos rituales y festejos, para homenajear, honrar la memoria de una persona o un acontecimiento que tienen un valor simbólico para alguna persona o comunidad.
Las máscaras son también un pretexto para ocultar emociones y sentimientos, para disfrazar el miedo o la tristeza, la culpa o el resentimiento, el dolor y la desesperanza, la soledad y el olvido.
En los trabajos terapéuticos las máscaras se convierten de manera mágica en el permiso para expresar emociones reprimidas y guardadas que con el paso del tiempo se convierten en una carga difícil de llevar.
No siempre las personas son conscientes de las máscaras y sus usos, llevan tanto tiempo usándolas que éstas forman parte de su vida, en algunas ocasiones son las demás personas que se encuentran alrededor o en la convivencia diaria, las que a fuerza de escuchar, mirar y observar, se dan cuenta del uso y del impacto que éstas generan en el entorno.
El ser humano danza entre el ocultar y el expresar, a veces piensa que si se muestra como realmente es, algunas personas no le van a aceptar ni querer y el miedo al rechazo es tan fuerte que invierten su energía en mostrarse como no son con tal de sentirse amados y reconocidos.
Las máscaras hacen parte de los mecanismo de defensa y mientras más se usan, más relegado queda el verdadero yo, cada que se le impide expresarse y hacer catarsis de lo que siente, pierde fuerza y se resquebraja su autoestima.
En situaciones difíciles, cuando se necesita sobrevivir, las máscaras son un salvavidas para enfrentar algún hecho, sin embargo a veces resulta tan cómodo su uso, que sin pensar, ni analizar los sucesos, ellas se siguen usando sin dar espacio para la reflexión.
Vivir de manera auténtica requiere conocimiento del mundo interno, además de paciencia y humildad, para pasar a la orilla de los otros y comprender sus emociones y sentimientos, tarea que se logra con persistencia y despojándose de las máscaras que habitualmente ha estado usando.
-¿Usted qué máscaras usa con más frecuencia: la de la risa, el enojo, los celos, de víctima, de miedo, de seducción, de poder, de humildad…? -¿Qué ha ganado con su uso? -¿Ha perdido lago importante cuando se las quita? -¿Ha dejado alguna vez de usarlas? -¿Sabe cómo lo ven los demás cuando usted, es usted?
*Psicóloga
fannybernalorozco@hotmail.com
Profesora Titular Universidad de Manizales.
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