José Jaramillo


Si no produjera una cosa entre impotencia y rabia, daría risa analizar el caso de los feudos politiqueros, que con tanta eficiencia administran los caciques regionales, con prepotencia tal que cualquier extraño pensaría que pueblos, departamentos y regiones son suyos. Esas "fincas", además de generar poder para acceder al Congreso Nacional, a las altas posiciones del Estado y al sistema de contratación, tienen una producción diversificada: licoreras, servicios públicos y otros, para cada uno de los cuales el "dueño" tiene un administrador, que le rinde cuentas minuciosas de los rendimientos, siempre en efectivo y sin recibos, para ponerlos lejos de las miradas inquisidoras de los organismos de control, y de la prensa. La llegada del cacique a cualquier lugar que corresponda a sus dominios siempre es recibida con alborozo y respeto. Y lo hace con un séquito que incluye escoltas, conductores, pregoneros que gritan vivas hasta desgañitarse y amigos y parientes cercanos, que se creen la corte de Luis XIV, y sienten en sus entrepechos los beneficios del derecho de sucesión. Desde el otero de su omnipresencia el "dueño" analiza el estado de su feudo, hace cuentas de los beneficios que le reporta, reclama a los administradores si no son satisfactorios, ordena a quien le carga un maletín con dinero que atienda peticiones de menesterosos, estrecha manos con desgano, pregunta por el estado de salud de sus enemigos y saluda a voces a quien le interesa. Un acucioso asistente lo pone al tanto de las necesidades más sensibles de la comunidad y en un nutrido acto público, colmado de gente que reclutan los "líderes" de barrios, veredas y corregimientos, con el halago de transporte gratis, aguardiente y tamal o lechona, promete poner toda su influencia al servicio de solucionarlos; lo que normalmente no supera los efluvios preelectorales y nunca se cumple, pero la gente no se acuerda porque durante el mitin se emborracha; y en el guayabo, mientras escarba en todos los bolsillos, se repite: "¿Yo qué diablos hice mi cédula?".
De esos "directivos" políticos hay unos de alto coturno, que ofician de asesores de jefes superiores y de altos funcionarios oficiales, que se encargan de analizar los acontecimientos políticos a conveniencia de sus jefes, con la solvencia de títulos académicos, algunos de ellos de "factura" extranjera; el respaldo de su obra literaria, la figura profesoral y digna y el fácil acceso a los medios, a través de comunicadores amigos, o comprometidos. Estos gurús tienen, como el camaleón, la facilidad de camuflar sus opiniones a conveniencia de los intereses del movimiento que representan, sin el más mínimo pudor; y con un cinismo que hubiera hecho sonrojar a Maquiavelo. Un personaje de estos puede, por ejemplo, decir que un excomandante es el mejor policía del mundo y que sería ideal para integrar una nómina de presidenciables. Pero si éste coge un rumbo distinto, al otro día sugerir el "analista" que se le investiguen al militar nexos con la mafia. ¿Cómo harán?
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