Eduardo García A.


El guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (1873-1927), viajero permanente desde los 18 años de edad, fue uno de los representantes de la generación modernista hispanoamericana fascinada por el decadentismo parisino de fines del siglo XIX y comienzos del XX, al lado de grandes figuras como el nicaragüense Rubén Darío, el colombiano José María Vargas Vila, el peruano José Santos Chocano y el mexicano Amado Nervo, entre otros.
Su vida transcurrió entre París y Madrid, las dos ciudades que más amó y constituyeron puntos centrales de lanzamiento de su incesante y multifacética actividad periodística y editorial, versión novedosa del reportero y cronista errante de su tiempo.
Mientras la mayoría de los modernistas latinoamericanos optaron por la poesía o la novela y un esteticismo decadentista a ultranza, Gómez Carrillo se dedicó a la prosa periodística, ágil, moderna, despojada de preciosismos, y prefirió comunicarse directamente con el inmenso público de los periódicos que esperaban ansiosos sus crónicas exóticas desde el otro lado del mundo.
Entre canonjías diplomáticas, favores de dictadores como el guatemalteco Manuel Estrada Cabrera y largos viajes para nutrir de crónicas los diarios, transcurre desde entonces su vida de ciudad en ciudad, de barco en barco, de hotel en hotel y de restaurante en restaurante, en una agitada bohemia alcohólica, convertido pronto en una famosa figura de las letras hispanoamericanas, que con una vistosa y amena prosa retrata los países y lugares exóticos del mundo.
Visita San Petersburgo, Tokio, Shangai, Sydney, Ceilán, Marruecos, Atenas, El Cairo, Jerusalén, Siria, Líbano, Buenos Aires, Singapur, Esmirna, a los que él solo tenía acceso como si fuera un verdadero riche amateur.
Discípulo y admirador del exotista Pierre Loti, Gómez Carrillo reconoce que "el elogio que más me halaga es el de que me llamen el Pierre Loti español".
Rubén Darío, que le dio su primer trabajo como periodista en Guatemala, recuerda en su Autobiografía que en ese entonces "tenía varios colaboradores literarios para mi periódico, entre los cuales un jovencito de ojos brillantes y cara sensual, dorada de sol de trópico, que hizo entonces sus primeras armas". Luego, por recomendación de Rubén Darío, fue becado por el gobierno para que se instalara en España e hiciera propaganda en los diarios a favor de su país natal.
En enero de 1891 llegó al puerto francés de Le Havre y se trasladó a París, donde quedó seducido por la urbe literaria. Inició así, como diría Pío Baroja, la carrera de "rastacuero clásico" que llega a la ciudad de Baudelaire y Verlaine en la última década del siglo XIX para vivir la bohemia contada por Murguer y otros novelistas decimonónicos.
En París obtuvo trabajo en el servicio español de la editorial Garnier hermanos, principal editorial encargada de producir en masa libros, diccionarios y enciclopedias para el orbe hispanoamericano y garantía de prestigio y fama. En pocos años se convirtió en joven best seller continental. En Garnier también trabajaron Pío Baroja y Manuel Machado, quien se convirtió en uno sus amigos y compañero de tabernas y paseos parisinos, al lado de Alejandro Sawa (1862-1909), "un español perezoso" a quien se refiere siempre con afecto y nostalgia.
En 1905 viaja al Lejano Oriente, India, China y Japón, en 1906 a Rusia y Grecia, en 1908 a la Tierra Santa, en 1912 a Egipto y en 1914 a Buenos Aires. De esos y otros viajes surgen colecciones de crónicas exitosas como De Marsella a Tokio (1906), El alma japonesa (1907), El Japón heroico y galante (1912), Jerusalén y Tierra Santa (1912) y La Sonrisa de la esfinge (1913). Luego es invitado oficialmente por el gobierno francés para cubrir los diversos frentes de la guerra entre 1914 y 1918, tema sobre el cual saca una serie de libros de éxito, entre los que se destaca Campos de batalla y campos de ruinas, prologado por Benito Pérez Galdós (1915).
Solo dejó cuatro novelas, tres de juventud y una de madurez. De las memorias de su vida, Gómez Carrillo solo escribió tres volúmenes, El despertar del alma, En plena Bohemia y La Miseria de Madrid, que figuran en sus Obras completas, publicadas en 26 volúmenes en la editorial Mundo Latino, bajo su cuidado, entre 1919 y 1923.
El 29 de noviembre de 1927 muere tras una agonía como consecuencia de un derrame cerebral sufrido semanas antes en el café Napolitain de París. Es sepultado con honores y ceremonias financiadas por la embajada argentina en el cementerio Père Lachaise. Luego de su muerte a los 54 años, la fama del cronista se extinguió poco a poco, y su estilo pasó de moda casi hasta el olvido, mientras Rubén Darío y otros de sus contemporáneos modernistas o de la generación del 98 se izaron a glorias literarias más firmes.
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