José E. Mosquera


Ahora que se habla de la rebelión Tuaregen la nación africana de Malí, un pueblo bereber de tradición nómada que desde el siglo XII controla las rutas del desierto del Sahara, cuya población se encuentra diseminada en las áridas planicies de Argelia, Libia, Niger, Malí y Burkina Faso. Rebeldes que a sangre y fuego han proclamado la independencia de la región del Azawad al norte de su capital Bamako, hay que leer la novela Tuareg del escritor español Alberto Vásquez Figueroa, para comprender la compleja trama política, económica y cultural de los llamados hombres de azul.
Una tribu guerrera que durante más de dos milenios ha dominado los confines del Sahara y se había opuesto a los trazados fronterizos y al sometimiento a determinados Estados. Para ellos en el Sahara no existen fronteras y, desde luego es considerado la gran patria de una tribu que ha sufrido una histórica marginación económica y cultural. Sin embargo, ahora luchan por consolidar un Estado islámico en la región de Azawad. De allí la trascendencia de su lucha política y armada por la creación de un Estado, en una región de 830 mil kilómetros cuadrados, que se extiende desde el oeste hasta el norte, considerada su cuna ancestral. Esta cuarta rebelión Tuareg que inició en enero ha sido más compleja que las anteriores debido a la inestabilidad política que vive Malí por las secuelas del golpe de Estado en marzo y las confluencias de fuerzas islámicas integristas que actúan en el Sahel. Porque Azawad como parte de esta estratégica franja que va desde el Atlántico hasta el Mar Rojo y comprende territorios de Mauritania, Senegal, Gambia, Malí, Níger, Sudán, Eritrea, Burkina Faso, Nigeria y Etiopía, se ha convertido en un bastión de Al Qaeda.
El Sahel es una de las regiones más conflictivas de África no solo por la importancia geopolítica y geoestratégica que tiene como paso entre África norte y la Subsahariana, sino porque es un santuario de grupos islámicos integristas que buscan controlar las rutas comerciales y las riquezas petroleras y mineras en esta parte de África.
La creación de este nuevo Estado en el corazón de África, liderado por una heterogénea coalición de movimientos islámicos ha prendido las alarmas en Estados Unidos, Francia y los países de África Occidental, temen que este movimiento secesionista desencadene un efecto dominó como la primavera Árabe en Argelia, Burkina Faso, Níger, Libia y Mauritania.
En consecuencia, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la intervención militar y los Jefes de gobierno de la Comunidad Económica de África Occidental han acordado un plan de reconquista militar de Azawad. Pero la situación no será fácil, en virtud de que la rebelión Tuaregs, además del entramado político y militar que ha fraguado el Movimiento Nacionalista para la Liberación de la región del Azawad (MNLA), una alianza de movimientos políticos y militares de diferentes tendencias ideológicas e islámicas, cuyo fin es consolidar un Estado para ampliar sus influencias islámicas y controlar recursos naturales estratégicos.
Por eso en su composición hay grupos de milicianos que lucharon a favor y en contra del régimen de Muammar Gadafi en Libia, agrupaciones islámicas salafistas radicales como Ansar al Din, miembros del Movimiento para la Unificación del Yihad en África Occidental, cédulas de Al-Qaeda del Magreb Islámico y milicianos de la secta Boko Haram.
Lo polémico es que la puesta en marcha del Corán y la Suna como fuente del derecho han generado fisuras en las fuerzas aliadas. Mientras los líderes del movimiento integrista Ansar Al Din, abogan por la aplicación radical de la sharía, otros grupos plantean que sea un Estado laico. Una cuestión complicada dado que extremistas del Ansar Al Din han destruido una mezquina del siglo XV, algunos mausoleos de santones musulmanes en Tombuctú, declarados patrimonios de la humanidad y han provocado desplazamientos de miles de personas que huyen de la violencia, las masacres y de las aplicaciones de las draconianas normas de la sharía.
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